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Ó eran los amigos de su juventud, ya muertos, y su padre, de blanca barba, frunciendo piadosamente el entrecejo, y su madre, que le volvía el rostro al pasar por su lado. ¡Espíritu de una madre! Creo que habría arrojado una mirada de compasión á su hijo.

¿Y qué váis á ser vosotros? ¿Pecheros, leñadores? ¡No, arqueros! dijeron ambos á una voz. ¡Bien contestado, granujas! Ya se echa de ver que vuestro padre es de los míos. Pero ¿qué haréis cuando seáis soldados? Matar escoceses, dijo el chiquitín frunciendo el ceño. ¡Acabáramos! ¿Y qué entuerto os han hecho los pobres súbditos del rey Roberto?

¡Oh, París! ¡París! decía abriendo los ojos y frunciendo los labios para expresar su admiración cuando hablaba á solas con el argentino . ¡Cómo me gustaría ir á él! Y para que le contase las cosas de París se permitía ciertas confidencias sobre los placeres de Berlín, pero con ruborosa modestia, admitiendo por adelantado que en el mundo hay más, mucho más, y que ella deseaba conocerlo.

Pirovani le entregó un puñado de billetes de Banco para los gastos de viaje y le dijo adiós, volviendo la espalda con la gallardía de un general que acaba de dictar la orden decisiva del triunfo. Bajó el Fraile los escalones, frunciendo su entrecejo con expresión pensativa: «Debe ser un pedido de herramientas muy urgentes para el trabajo... También es posible que me envíe por dinero...»

«Las cartas a Francisca» dijo la de Ribert, frunciendo las cejas, son la propiedad de uno de nuestros novelistas... , señora, pero yo no hablo de Marcel Prevost, sino de las cartas, de las famosas cartas... ¡Niña charlatana! exclamó la de Ribert, cuyo fruncimiento de cejas comprendí entonces.

De todas suertes, ya la sermonearé bien para que le reciba a cajas destempladas, si él intentara... ¿Creerás una cosa? ¿Que esa mujer no me parece enteramente mala?». Podrá ser... Pero si usted hubiera visto la cara que me puso el otro día, una cara de rencor como usted no puede figurarse... Dice que después le pesó... ¡Bribona! exclamó Jacinta, frunciendo los labios y apretando los puños.

Apartábanse las mujeres frunciendo los labios, sin dignarse saludarle, como es costumbre en la huerta.

A no ser que se haya muerto, lo que sería una lástima. Doña Sol seguía con interés este relato. ¡Una figura original el tal Plumitas! Se había equivocado al creerle un conejo. El bandido callaba, frunciendo las cejas, como si temiera haber dicho demasiado y quisiera evitar una nueva expansión de confianza.

No señor, no señor, gritó don Custodio picado y poniéndose colorado: los edificios están levantados y solo esperan que se los utilice. Higiénicos, inmejorables, espaciosos... Los frailes se miraron con cierta inquietud. ¿Propondría don Custodio que se convirtiesen en escuelas las iglesias y los conventos ó casas parroquiales? ¡Veámoslo! dijo el General frunciendo el ceño.

Al llegar a la acrópolis, o parte alta de la ciudad, cuya calle más antigua y señalada es la Rúa Ruera, Lirio dijo, haciendo descompuestos ademanes de entusiasmo: ¡Qué calle más hermosa! ¡Qué calle tan horrible! corrigió Lario, frunciendo un gesto desabrido. Añadió: ¡Qué calle tan absurda! Por eso es hermosa.