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Todo por no creerle a él; por ir contra la corriente de los usos antiguos, que establecieron personas más sabias que las de ahora... ¿En qué pararía todo esto? Febrer intentó tranquilizar al payés, y se le escapó un pensamiento que deseaba mantener oculto. Podía tranquilizarse Pep.

Elena alegre con estas palabras como un pajarito en el árbol aparentaba no creerle, le tiraba del bigote, le daba suaves bofetadas en las mejillas, le tapaba la boca, «el frasco de las mentiras» como ella decía. Pero él, aunque enajenado por aquella lluvia de caricias, concluyó por mostrarse inquieto.

Ya que no por el rápido vuelo de la inteligencia y por la pronta energía de la voluntad, Felipe II es digno de aplauso por la constante solicitud con que mira al bien de su pueblo. Lejos de creerle yo hipócrita, le creo convencido con perfecta buena fe de que era el representante de Dios sobre la tierra y de que el nuevo pueblo de Dios era el de España.

No es cierto que en tiempos del apocado Mauregato fuese un Tumbaga quien intervino en el famoso tributo de las cien doncellas. No está probado tampoco que cuando Sancho el Bravo se sublevó contra su padre, por creerle chiflado y a manera de espiritista, fuese un Tumbaga quien le alentó en la criminal rebelión.

Pues bien, yo coqueteé siguiendo tu consejo, y todo te lo hubiera confesado, si no hubiera advertido en seguida que iba a darte un disgusto; si no hubiera advertido que, sin amar al Conde, te deleitabas en verle o en creerle rendido a tus pies. En un principio había hasta un motivo de delicadeza para no revelarte nada.

Ya era administrador y mayordomo de la casa cuando nació la marquesa: ¡figúrate si, estaría bien enterado! Sin embargo, me resistía a creerle; pero como me importaba salir de dudas, por la índole misma de los negocios que traíamos entre manos esa señora y yo, acudí a otras fuentes; y bien pronto me convencí de que el pícaro administrador todavía se había quedado corto en sus informes.

Maltrana rió de la simpleza de la muchacha. ¡Alma cándida y trémula!... ¡Si conociese la realidad de su vida!... ¡Suponerle de jolgorio entre actrices y grandes cocotas, a las mismas horas en que, desfallecido de hambre, pensaba en la cazuela bienhechora de la redacción! ¡Creerle favorecido por las mujeres, perseguido por ellas, cuando hasta los hombres se burlaban de la ruindad física del pobre Homero y le herían con sus bromas!...

Con esto, de tan mala sombra, que siempre estaba a la cuarta pregunta, y había que creerle; no se dió nunca quiebra en que él no estuviera mezclado, ni colega fugado que no le comprometiera, ni deudor que no le engañara.

Figurémonos que tal poeta se echa a temblar si ve una espada desnuda y hasta se asusta de un ratón; y todavía, si describe y representa con hondo sentir y con verdadera expresión al mártir o al héroe, hemos de creerle capaz de heroicidad y de martirio.

Díole lo que pedia, pero advirtiéndole que entonces estaba inundada toda la provincia, y que seria muy difícil y trabajoso el viage, y aun inútil, porque no era posible por aquel tiempo llegar á ella. No quisimos creerle, é instándole á que diese los indios, dió veinte al capitan, y cinco á cada soldado, que nos sirviesen y llevasen nuestras mochilas.