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Hasta ahora lo estoy. No parece que tengo cincuenta años, sino menos de cuarenta. Ni una cana. Ni una arruga. Todavía me llaman señorito, y no señor, y no faltan hembras de garbo que me califiquen de real mozo, ofendiendo mi modestia. Mi mayor desengaño ha sido en mis ideas y doctrinas, si bien no ha sido bastante para hacerme variar. Dios me perdone si me equivoco á fuerza de creerle bueno.

Su exquisito gusto de V. en las artes del dibujo halla feo á D. Casimiro; sus conocimientos de V. en la medicina le han hecho comprender que está el pobre mal de salud, y la amenidad y discreción que en V. campean, es natural que le induzcan á fastidiarse de todo ser humano que no sea tan ameno y tan ingenioso como V., cosa, por desgracia, rarísima; pero V. no me negará que mi hija, menos instruida en las proporciones y bellezas de la figura del hombre, puede no hallar feo á D. Casimiro, como no le halla; menos docta en ciencias médicas, puede creerle más sano, y menos chistosa que V., puede muy bien hallar en D. Casimiro algún chiste y no aburrirse de su conversación.

Por el contrario, en varios párrafos del último capítulo de su libro, donde expone su doctrina, pinta con tan negros colores la sociedad del día, que si nos allanásemos hasta creerle, aseguraríamos que el género humano, en vez de adelantar moralmente, ha degenerado o se ha pervertido. La culpa principal de degeneración tan lastimosa es, según el Sr.

Ni podíamos creerle casado, puesto que no usa anillo de compromiso... continuó Aguilar. Y para concluir la conversación, monsieur Jaccotot dijo, con la imprudencia del mal humor: Soy casado y mi mujer se quedó en Francia. Yo vivo aquí con mi única hija, Silvia... ¿Les interesa esto mucho a ustedes?...

A no ser que se haya muerto, lo que sería una lástima. Doña Sol seguía con interés este relato. ¡Una figura original el tal Plumitas! Se había equivocado al creerle un conejo. El bandido callaba, frunciendo las cejas, como si temiera haber dicho demasiado y quisiera evitar una nueva expansión de confianza.

Aquí Gurdilo se lanzó rencorosamente contra Momaren, describiéndolo sin dar su nombre, relatando sus desgracias domésticas, su lucha con Popito, su odio contra el gigante, por creerle cómplice de Ra-Ra. Hasta los senadores más amigos del Padre de los Maestros rieron francamente cuando el senador fué relatando, con una cómica exageración, todo lo ocurrido en la tertulia literaria.

Aunque yo no vea con buenos ojos la boda del duque con mi hija, no puedo creerle un ladrón que se cuele por un agujero en el castillo, cuando todas las puertas están abiertas para él de par en par. No tenemos motivos para amar al duque; pero le debemos respeto por el rango que ocupa.

Hablaba en valenciano á los muchachos, regalándoles el fruto de su experiencia. Debían creerle á él, que había visto mucho. En la vida, paciencia para vengarse del enemigo; aguardar la pelota, y cuando viene bien, jugarla con fuerza. Y al dar estos consejos feroces guiñaba sus ojos, que en el fondo de las profundas órbitas parecían estrellas moribundas próximas á extinguirse.

Calló un buen rato, y al fin comenzó á murmurar tristemente: «Muy mal; él también, en su juventud, había sido atrevido: le gustaba llevar á todos la contraria. ¡Pero cuando son muchos los enemigos!... Muy mal; se había metido en un paso difícil. Aquellas tierras, después de lo del pobre Barret, estaban malditas. Podía creerle á él, que era viejo y experimentado: le traerían desgracia

559 No son raros los quejidos en los toldos del salvaje, pues aquél es vandalaje donde no se arregla nada sino a lanza y puñalada, a bolazos y coraje. 560 No preciso juramento, deben creerle a Martín Fierro; he visto en este destierro a un salvaje que se irrita, degollar a una chinita y tirarsela a los perros.