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Eriarboló el garrote, símbolo de su autoridad y de su mal genio, y en el corrillo que se había formado sólo se veían bocas abiertas y miradas de estupefacción.

Y cuando se casen... no nos olviden tampoco, vengan siempre, vengan, por favor. Prométalo que vendrán, por lo menos en los primeros meses... Y Julio, mudo, la contemplaba con un asombro triste. Carmen apoyó las manos sobre las páginas abiertas del diario de Laura, para impedir que Adriana leyera ante todo, como pretendía, algo de las páginas últimas.

Después de pasar rápidamente por todas las puertas abiertas, se detenía ante la del jardín y se ponía a llamar a ella, sin apresurarse, insistentemente, de un modo monótono, con intervalos regulares.

Las de Mayo eran niñas, éstas son damas, y en sus abiertas hojas ahuecadas, blandas, puras, tenues, hay no qué magistral arte del mundo. Si Dios les concediera un soplo más de vida, uno no más, hablarían seguramente; pero más vale que estén mudas. Una gracia infinita, una delicadeza incomparable, una hermosura ideal, hacen de esta flor la sonrisa de la Naturaleza.

El abandono casi absoluto de la villa podía hacer creer en la muerte de Germana; las puertas abiertas, los criados ausentes, los dueños en viaje, pero, ¿para dónde? Quizás para París. Mas, ¿cómo no sabían nada en la ciudad? ¿Habría curado Germana? Imposible en tan poco tiempo. ¿Estaba todavía enferma? En ese caso la cuidarían y no dejarían las puertas abiertas.

Sonaron pitos, corrieron hombres por las aceradas cubiertas, y Ferragut vió invadido su buque por dos filas de marineros. En un momento quedaron abiertas las escotillas, sonó un ruido de maderas rotas, y las latas de esencia empezaron á transbordarse por ambos lados. En torno del velero se pobló el agua de cajones abiertos, que se alejaban con mansa flotación.

Y sufría sin embargo lo indecible al sentirse ya incapaz de ser buena, incapaz de resistir la influencia maligna, aquella influencia que ya, durante su infancia, la había aterrado alguna vez: así cuando Raquel, empañados por el llanto los hermosos ojos verdes, se defendía de sus golpes despiadados cubriéndose la cabeza con las manecitas abiertas.

Cuando la puerta exterior y la reja estaban abiertas de par en par, como las iglesias de los conventos no están obstruidas por el coro, desde las gradas de la cruz de mármol blanco, que estaba situada a distancia fuera del edificio, se divisaba perfectamente el soberbio altar mayor, todo dorado desde el suelo hasta el techo, y que cubría la pared de la cabecera del templo.

Abajo había tanto hombre que parecía un hormiguero. ¡Cristianos!, ¡yo no de dónde salió tanta criatura! Pues no es nada, dije para mi chaleco, ¡las hogazas de pan que se amasarán en la villa de Madrid!... Pero asómbrense ustedes; toda esa gente había ido allí, ¿a qué?... ¡a oír cantar a la Gaviota! Momo hizo una pausa, teniendo las manos extendidas y abiertas a la altura de su cara.

La santa cofradía, después de marchar lentamente por las calles, con largas detenciones acompañadas de cánticos, entraba en la catedral, que permanecía toda la noche con las puertas abiertas.