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Pues que no, Pedro: rompa usted las frentes, y verá dentro, en unos tiestitos que parecen bocas abiertas, unas plantas secas, que dan unas florecitas redondas y amarillas. Y Ana iba así ennobleciendo la conversación, porque Dios le había dado el privilegio de las flores: el de perfumar.

Teniendo por vecina á Francia, en frente á Italia y á su disposicion todo el Mediterráneo, sus costas han estado abiertas á todas las invasiones. Primero les dieron una forma los Fenicios, despues los Cartagineses. Mas tarde los Romanos les imprimieron su sello, dominando en Cataluña mas que en ninguna otra comarca de la Iberia.

Con esto cogía mucha limosna y entrábase en las casas que veía abiertas: si no había testigos ni estorbo, robaba cuando había; si le topaban, tocaba la campanilla y decía con una voz que él fingía muy penitente: «Acordaos, hermanos...», etcétera.

No había encontrado á nadie; la verja y la puerta estaban abiertas. Ella, á su vez, también se excusó. Era domingo; Valeria, su acompañante, se había ido á Niza para almorzar con una familia amiga; su doncella y la mujer del hortelano estaban en misa; el viejo habría salido un momento para ver á sus amigos...

Las florestas tienen allí una magnificencia que arrebata y deleita, y las residencias de los príncipes, liberalmente abiertas por ellos á la curiosidad de los viajeros, son notables por la gracia de sus pormenores ó por la frescura y belleza de sus parques y jardines.

Dos ó tres ventanillas, completamente abiertas y martirizadas por los vendavales, pendían de un solo gozne, é iban á caer de un momento á otro, apenas soplase una ruda ventolera. Aquella ruina apenaba el ánimo, oprimía el corazón.

Apenas si Pepet salía de su casa: olvidaba los campos, dejaba en libertad a los jornaleros, no quería apartarse ni un momento de su mujer; y las gentes, a través de la puerta entornada o por las ventanas siempre abiertas, sorprendían los abrazos; los veían persiguiéndose entre risotadas y caricias, en plena borrachera de felicidad, insultando con su hartura a todo el mundo.

Allí se quedaban los dos como dueños de todo. Con otros huéspedes no osaría tales confianzas. Pero el señor de Maltrana podía hacer lo que gustase y disponer de su biblioteca: todas las puertas quedaban abiertas. Si necesitaba clavar algo en el arreglo de la casa, allí tenía un poco de todo, en el cajón de los chismes.

Las paredes, las pintan: los techos, que son de madera, los tallan con mucha labor, como las paredes de afuera: por todos los rincones hay vasos de porcelana, y los grifos de bronce con las alas abiertas, y pantallas de seda bordada, con marcos de bambú.

Aquellos peces, que parecen hombres, saltan, punzados, atravesados, abiertas las carnes, tiñendo el agua con su sangre por momentos. Su dolorosa agitación, el furor de que están poseídos sus verdugos, el mar que ya no es mar, sino un no qué espumoso que vive y humea, todo esto produce el vértigo.