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Y la falda, ¡qué elegante! ¿Dónde se encontraría aquella tela? Seguramente era de París. Oyose la voz ronca de Mauricia. Su hermana entró corriendo, y Jacinta miraba por el hueco de la puerta entornada. Cuando Severiana volvió a la sala, la señorita dijo: «Yo no entro. Pase usted con la pequeña.

Al llegar a ella, el joven se entró con cautela, sacó sus borceguíes y dejó otra vez la puerta entornada, sin echar la llave. Algo más lejos se sentó sobre una piedra y se calzó. Ahora ya te puedo decir, Rosita, que me iba haciendo un daño terrible. ¡Si es más testarudo! repuso ella con una mueca de enfado. Emprendieron otra vez el camino con brío.

Las tres largas notas repercutieron en los ecos de la montaña con un son legendario. La criada fuele conduciendo por una serie de cuadras sombrías. Por fin, al llegar ante una puerta entornada, Ramiro oyó un coro de mujeres que invocaban plañideramente a Santa Quiteria y a Santa Catalina. Entraron.

No era muy escrupuloso el Marqués en materia de moral privada; pero una noche había entrado palpando las paredes para atravesar el salón y llegar al gabinete, cuya puerta estaba entornada; su mano tropezó con una nariz en las tinieblas, oyó un grito de mujer estaba seguro y sintió ruido de sillas y pasos apagados en la alfombra.

Por la mal entornada puerta de la alcoba se veía un lecho grande, dorado, de armadura imperial, sin deshacer y con las ropas en desorden, como si alguien hubiera acabado de levantarse. Refugio creía que la señora de Bringas la visitaba, cediendo al fin a sus instancias, para ver los artículos de su industria. «Ha venido usted un poco tarde le dijo . ¿Sabe usted que estoy vendiendo todo?

Volvía a su conferencia con Balmes cuando.... ¡Jesús nos valga! ¡Ahora , ahora que no cabía duda! Un chillido sobreagudo de terror había subido por el oscuro caracol y entrado por la puerta entornada. ¡Qué chillido! El velón le bailaba en las manos a Julián.... Bajaba, sin embargo, muy aprisa, sin sentir sus propios movimientos, como en las espantosas caídas que damos soñando.

Se abrió entonces la puerta, tras un violento coloquio de dos voces agudas y punzantes, y doña Rebeca apareció en el umbral, oportuna y piadosa por primera vez en su vida. Carmen tenía, detrás de sus lágrimas, una desgarradora expresión de extravío. Se abalanzó hacia la puerta entornada y la traspuso, haciendo vacilar a la señora.

Margalida y su madre miraron a la puerta con cierto miedo. «¿Quién podría ser? ¡A aquellas horas, en aquella noche, en la soledad de Can Mallorquí!...¿Le habría ocurrido algo al señor?...» Pep, despertado por estos golpes, se incorporó en su asiento. «¡Avant qui sigaInvitaba a entrar con una majestad de padre de familia al uso latino, señor absoluto de su casa. La puerta sólo estaba entornada.

En esto, Lucía, que había visto entrar al padre, asomó la rubia y linda cabeza á la puerta, que había quedado entornada, y dijo con dulce ansiedad. Tío, ¿qué hay de nuevo? Nada, niña. Por Dios, déjanos en paz ahora que vamos á tratar asuntos muy graves. Lucía se retiró, lastimada de inspirar tan poca confianza.

La otra puerta que separaba el comedor del gabinete, tenía los vidrios tapados con visillos de algodón rojo, y cuando alguien la dejaba entornada, fácilmente se oía el tic-tac continuo de un antiguo reloj de pesas, que lanzaba un quejido metálico antes que sonase el timbre en cada hora.