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Actualizado: 31 de marzo de 2025


Se abrió la puerta de la alquería, que estaba entornada, marcándose en su rectángulo de luz rojiza la silueta de Pep. ¡Avant els hómens! dijo como un patriarca que comprende los anhelos de la juventud y ríe bondadosamente de ellos. Y los hombres entraron uno tras otro, saludando al siñó Pep y los suyos, ocupando los bancos y sillas de la cocina como niños que llegan a la escuela.

A la media docena de exclamaciones melosas sonaron simultáneamente dos carcajadas, y en seguida dijo don Juan: Cristeta, vida mía, esto me parece el colmo de la ridiculez. A también: tu voz suena como silbido de mirlo. Pues abre la puerta. ¡Calla, loco! Nada más que entornada. ¿Para qué? lo has dicho: para no ponernos en ridículo ante nosotros mismos. , pero, ¿y luego? Tengamos juicio.

Era cerca del anochecer cuando Josefina, decidida a pedir a su madre que la ayudase a facilitar la reconciliación con Aldea, cruzaba la galería, en cuyos vidrios venían a dar los últimos resplandores del día. Al ver entornada la puerta, miró hacia dentro. El salón estaba casi oscuro; todo era sombra.

Apenas si Pepet salía de su casa: olvidaba los campos, dejaba en libertad a los jornaleros, no quería apartarse ni un momento de su mujer; y las gentes, a través de la puerta entornada o por las ventanas siempre abiertas, sorprendían los abrazos; los veían persiguiéndose entre risotadas y caricias, en plena borrachera de felicidad, insultando con su hartura a todo el mundo.

El pavimento de la sala está cubierto con una alfombra ordinaria y sus paredes exornadas de varios cromos que representan... No percibimos bien lo que representan: ya lo sabremos cuando haya un poco más de luz. Se oye una respiración suave y acompasada. La luz deja en descubierto el marco de una puerta con vidriera discretamente entornada.

¿Lo ves? exclamó ella fingiendo enojo, antes de ir, ya comienzas a faltar... Yo creí que las manos no entraban en el juramento. ¡Entra todo! dijo ella con severidad en la voz y la sonrisa en los ojos. A los dos minutos el joven la siguió. Halló la puerta del cuarto entornada, y entró. La habitación de Venturita, era como su dueña, pequeñita y linda, amueblada con lujo.

Pablo y Gregoria llegaron silenciosos a la casa paterna, que entonces más que en ocasión alguna, parecía convento de cartujos; y empujando la puerta entornada, atravesaron el zaguán y el patio desiertos, donde algunas plantas amarilleaban ya bajo el cielo nublado de otoño, y entraron en la alcoba de don Aquiles.

Formaban la barrera de enfrente la montaña atravesada delante del cerro de la izquierda, y otra que la seguía hacia mi derecha, bien poblada de vegetación en su base, de color pardo muy obscuro en la mitad, de alto abajo, de lo que pudiera llamarse su tronco; de verde crudísimo en la otra mitad, y con la enorme cabeza gris, como un cráneo despellejado y seco, entornada hacia el hombro izquierdo, con la blanca osamenta al aire también.

Me dominé y seguí espiando sus movimientos con creciente interés. Nadó pausadamente hasta llegar al lado opuesto; el muro tenía también allí peldaños, por los cuales subió hasta verse en la otra parte que también daba al puente, la cual abrió con una llave que le vi sacar del bolsillo. Después desapareció sin que la entornada o cerrada puerta hiciera el más pequeño ruido.

La puerta del corral estaba entornada. El perro, que sin duda había olfateado el agua, la empujó con el hocico. ¡Tuso!... le gritó la mujer. Pero como si este grito no bastara para ahuyentar al importuno huésped, cogió una piedra y se la arrojó con fuerza. El pobre animal esquivó el cuerpo lanzando un gruñido y enseñándole los colmillos a la mujer; luego continuó su camino.

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