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Su plan de conducta debía estar bien adaptado y no era él hombre de variarlo. Hasta que llegase Jenny no había nada que temer y podía tomar respiro y reservar sus medios de acción para cuando le hiciera falta emplearlos.

Pudiera ser también, y sin duda lo era aunque se lo ocultaba á propia, y palidecía cuando luchaba por salir de su corazón como una serpiente de su agujero, pudiera ser también que otro sentimiento la hiciera permanecer en el lugar que tan funesto le había sido.

Tendrías razón, tío, si fuera su muerte la que me hiciera dudar de y de mi dicha. Pero ¡Dios del Cielo! lanzó una carcajada penetrante y amarga, hace tiempo que renuncié a toda pretensión a la felicidad.

Una noche, regresando solo por una calle desierta, vi delante de al personaje vestido de negro, con el paraguas debajo del brazo, el mismo que en mi cuarto tranquilo y feliz de la travesía de la Concepción, me hiciera a un «tilín-tín» de campanilla, heredar tantos despreciables millones.

1 Después de esto abrió Job su boca, y maldijo su día. 2 Y exclamó Job, y dijo: 4 Aquel día fuera tinieblas, y Dios no curara de él desde arriba, ni claridad resplandeciera sobre él. 5 Aféenlo tinieblas y sombra de muerte; reposara sobre él nublado, que lo hiciera horrible como día caluroso.

La he rasgado y la he quemado temeroso de volver a la locura si leo mucho ese fragmento horrible. Pero su recuerdo está fijo en mi memoria. Un día entré yo en mi casa, como suele entrarse por casualidad, sin ser notado. En el gabinete de mi mujer hablaba un hombre. Uno de mis mayores amigos. Pretendía una cosa horrible. Pretendía que ella me hiciera traición. Yo maté a aquel hombre.

Hacía frío, y aunque no lo hiciera, los viajeros lo tendrían sólo de ver las estaciones encharcadas, los empleados calados y los campesinos que venían a tomar el tren con un saco por la cabeza.

Cogió en esto el farol que le entregaba la mujer gris; y como yo, que ya estaba de pie, hiciera ademán de seguirle, echó por delante hacia la puerta y fuime tras él, medio a tientas, en cuanto salimos de la cocina, porque la desmayada luz del farol apenas se veía en las densas oscuridades de afuera.

¡Somos aquí tan felices, señor duque! respondió Stein , que cualquier mudanza que hiciera en mi situación me parecería una ingratitud a la suerte.

Solo asi pasan sin violencia del trabajo al libro; y solo asi, esa lectura puede serles amena, interesante y útil. Ojalá hubiera un libro que gozára del dichoso privilegio de circular de mano en mano en esa inmensa poblacion diseminada en nuestras vastas campañas, y que bajo una forma que lo hiciera agradable, que asegurára su popularidad, sirviera de ameno pasatiempo á sus lectores, pero;