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Y acompañaba sus palabras con tales sonrisas, que Fernando acabó por sentirse desconcertado. «Este señor es tonto pensaba , tonto como su hijo menorPero luego parecía dudar. «O tal vez es un fresco. El mayor sinvergüenza que he conocido

Era imposible dudar ya de que la ofensa había venido directamente de ella. A pesar de que tenía la mirada fija en la mesa, sentía sobre los ojos de Suárez, observándome, serios y recelosos. Levanté al cabo la cabeza y dije gravemente: Está bien. Puesto que es ella sola la que ha querido ofenderme, nada de lo dicho. Quede usted con Dios.

El público en masa se había puesto de pie, braceando y gritando. ¡Un toro manso! ¡Qué abominación!... Volvíanse todos hacia la presidencia bramando su protesta: «¡Señor presidente! Aquello no podía consentirseDe algunos tendidos comenzó a salir un coro de voces que repetían las mismas palabras con monótona entonación: ¡Fuego!... ¡fueeego! El presidente parecía dudar.

El banderillero acogía con mansedumbre las bromas del espada y su apoderado. ¡Dudar de don Joselito!... Este absurdo no llegaba a indignarle. Era como si le tocasen a su otro ídolo, a Gallardo, diciéndole que no sabía matar un toro.

Todo el cuerpo de Carmencita tembló, y sin dudar ni un segundo, sin volver la cabeza, despierta a la realidad de los sucesos, en una brusca sacudida de su ser, murmuró: Es Julio, que ríe. Doña Rebeca se rebullía en su cuarto con las crenchas blancas tendidas en enredada madeja, con los brazos secos alzados como las quimas de un árbol marchito que se elevase al cielo pidiendo venganza.

Descartes dice: «yo pienso, de esto no puedo dudar, es un hecho que me atestigua mi sentido íntimo; nada puede pensar sin existir; luego yo existoEsto es claro, es sencillo, ingenuo, esto manifiesta un verdadero filósofo, un hombre sin afectacion ni pretensiones.

Diría también que yo le cuidaba como una hermana y le servía como una esclava. Su voluntad me parecía una cosa de que no se podía dudar; sus palabras como el Evangelio. ¿Y él?... Me trataba con consideración; pero.... ¿No tenía a usted más cariño que el de hermano? Ninguno más; pero aquel cariño me consolaba en mi tristeza.

Donde quiera que se encontrase aquel cuerpo larguirucho, aquel gabán raído, aquellos pantalones con rodilleras y tal cual remiendo, no se podía dudar que, con sus pobres trazas, Ramón Limioso era un verdadero señor desde sus principios así decían los aldeanos y no hecho a puñetazos, como otros.

El marino se apartó un poco, con el tirón de la sorpresa. «¿Era una broma?...» Pero no: no podía dudar. El tono de sus palabras delataba una firme resolución. Suplicó humildemente para que no se marchase, con voz entrecortada y fosca.

Su padre le dejó a usted su secreto, según tuve ocasión de saber, para que sacase todo el mayor provecho posible, como él lo había hecho, y porque adivinaba la dirección que iba tomando el camino de Mabel. ¿Cómo sabe usted esto, señora Percival? la pregunté, medio inclinado a dudar de ella.