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Su razonamiento era firme y caluroso; sus conclusiones tenían una elocuencia que no suele encontrarse en los informes administrativos y que en Delaberge no era tampoco habitual.

En España, cuyo carácter nacional es enemigo de la afectación, ni se exige ni se reconoce lo que en otras partes se llama buen tono. El buen tono es aquí la naturalidad, porque todo lo que en España es natural, es por mismo elegante. El Autor. El mes de julio había sido sumamente caluroso en Sevilla.

Todas las gentes me miraban curiosas, como si quisieran reconocerme, para llamarme por mi nombre. Temerosas de un chasco no se atrevían a hablarme, y se daban por satisfechas con verme de pies a cabeza y examinar mi traje de cortesano. Me pareció que unas a otras se preguntaban al verme: ¿Quién es éste? ¿A qué vendrá? ¡Pobre de que había soñado con un recibimiento caluroso!

Le bastó sacar de su pecho el ramo, ya marchito, que había lucido Magdalena en su cintura la fatal noche del baile para que las lágrimas brotasen de sus ojos a raudales, y aquel llanto, derramado después de la febril irritación que excitaba sus nervios hacía cuarenta y ocho horas, fue para él tan benéfico como es para la tierra la lluvia después de un caluroso día de verano.

Limitóse a contestar fríamente al caluroso saludo que le dirigió don Celso en nombre de los demás, y especialmente de don Simón, a quien presentó al impávido, diciendo: El señor es nuestro candidato, don Simón de los Peñascales; persona ilustrada, con treinta mil duros de renta y mucho talento.

El clima de Moxos, como el de todos los lugares situados bajo la zona tórrida, es tanto mas caluroso cuanto que la provincia entera solo consta de una grande llanura, ó por mejor decir, está formada por una fuerte depresion del suelo sin asperidades. Cuéntanse en ella dos estaciones totalmente distintas, que son el verano ó la estacion lluviosa, y el invierno ó la estacion de secas.

Conocía por su «distinguida amiga la señora Talberg» muchas de las aventuras náuticas de Ferragut. A él le interesaban los hombres de acción, los héroes del Océano. Ulises notó de pronto en su noble interlocutor un afecto caluroso, un deseo de agradar semejante al de la doctora. ¡Hermosa casa aquella, en la que todos se esforzaban por hacerse simpáticos al capitán Ferragut!

Aquel recibimiento caluroso, la noticia de aquella gran sesión de la célebre Fontana, estimularon el entusiasmo á que siempre propendía su carácter, y se dejó llevar. Quién sabe si había algo de providencial en aquella extemporánea visita á la Fontana. Tal vez le conocían ya de oídas por sus brillantes discursos de Zaragoza. ¿Cómo tal vez? Sin duda le conocían ya.

En otro aposento cerrado, dentro de otro aposento cerrado también, en un lugar en donde de nadie podían ser oídos, estaban mano á mano, sentados en una mesa, Juan Montiño y su supuesto tío. Sobre aquella mesa, en vez de manjares, había un cofre de hierro, como de pie y medio de largo, y un pie de alto y ancho. A pesar de que el tiempo no era caluroso, el cocinero mayor sudaba hilo á hilo.

Involuntariamente se echó a reír, y toda la gente menuda se rió también, y sin saber por qué se sintieron muy felices. Unas semanas después de esto, y en un día caluroso, sucedió que a dos chicos pernicortos les pasó una desgracia en el umbral de la escuela con un cubo de agua que habían traído laboriosamente desde la fuente, y que la compasiva doña María tomó el cubo para llevarlo a su destino.