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Actualizado: 17 de septiembre de 2024


Está un poco chillado, ¿sabe usted? Escuche sus tonterías el tiempo que guste y cuando se canse no tiene más que llamarme. Yo me quedo á la puerta. Tragomer experimentó una tranquilidad deliciosa. Iba á poder hablar libremente á su amigo. Ahora ardía en deseos de volverse y de verle. Le sentía allí, á tres pasos, humilde y obediente, esperando sus órdenes.

Estaba yo terminando de arreglar las flores en los inmensos jarrones de los ángulos, y echando una ojeada a los almohadones para convencerme de que estaban bien colocados, cuando el cura me sorprendió, en el momento en que me disponía a subir a mi cuarto a esperar que la abuela tuviese a bien llamarme.

Nada de eso respondí riendo. Vaya, vaya, ya se ha callado usted; si no, me levanto y le dejo en poder de la madre, que se encargará de ponerle menos alegrito. ¡No, por Dios! Pues callando. Dígame usted cómo se llamaba antes de ser religiosa. ¿Para qué quiere usted saberlo? De todos modos, no puede llamarme de ese modo, ni yo puedo responderle.

Pero lo que temía era que hubiera resuelto huir; no creía que tuviera la decisión de morir: ¡aun no la conocía!... Pasé una noche tremenda. Ella también la pasó en vela. Cien veces, mil, quise ir a buscarla, pero su puerta me estaba vedada. Por la mañana vino Alejandra a buscarme, a llamarme, con la intuición de una catástrofe. La prometí partir, pero antes quise ver por última vez a Florencia.

Ahora, pues, previa tu indulgencia por estas digresiones, y suponiéndote orientado en el terreno de nuestros personajes, voy á tratar del verdadero asunto de mi cuadro. Hace pocos días empezó á llamarme la atención el aspecto que presentaba la casuca de enfrente. La buhardilla del Tuerto apenas se abría, ni en ella se escuchaban las risas, los lloros y los golpes de costumbre.

Así es que los galanteos de los jóvenes señores que me buscaban enojábanme, y de tal manera mostrábame yo con ellos impía e incapaz de amores, que acabaron por llamarme la niña de diamante: yo tenía en el alma al sin ventura Gaspar, y él la llenaba de tal manera, que no quedaba para otra pasión ni aun el lugar más mínimo; yo creía que esto era amor, y bien veo que amor no es, sino una pasión que yo no puedo decir cómo fuese, sino que tal como era, me quitaba el gusto y el deseo para cualquier otro afecto.

Le dio varios palmetazos en los hombros, y él la vio salir con desconsuelo. Habría deseado que le acompañase algún tiempo más, pues sus palabras le producían mucho bien. «Oye una cosa... Si quieres llamarme temprano, hazlo... Yo te prometo que mañana estaré más formal que hoy». Si estás despierto, entraré.

Y con esto y representar pasaba la vida; que pasado un mes que había que estábamos en Toledo haciendo muchas comedias buenas, y también enmendando el yerro pasado que con esto ya yo tenía nombre, y había llegado a llamarme Alonsete, porque yo había dicho llamarme Alonso; y por otro nombre me llamaban el Cruel, por serlo una figura que había hecho con gran aceptación de los mosqueteros y chusma vulgar , tenía ya tres pares de vestidos y autores que me pretendían sonsacar de la compañía.

Pero ¿qué motivo hay para enfadarse de ese modo? exclamó el marquesito . Que a usted no le gusta que vaya a su casa, ni quiere ser mi amigo... Bueno; para eso no tenía usted necesidad de venir con esos humos a llamarme estando con señoras. Bastaba con haberme enviado una carta. Si a usted le parece que vengo con humos debe tener presente que donde sale humo es que hay fuego.

Al fin, no pudiendo contenerse, dejó plantadas a las camaristas, y se fue hacia Marta, y bajando el rostro hasta tocar con el de ella, le dijo: No llores, querida mía, no llores más... No nos sucede ninguna desgracia para que te aflijas tanto... Piensa, al contrario, en el gran favor que Dios me otorga al llamarme a ser su esposa... ¡Debieras alegrarte, pichona!... Vamos, no llores más, ¡mira que me estás quitando el valor!...

Palabra del Dia

jediael

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