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Actualizado: 17 de junio de 2025
Sin más razón que la de ser yo lo que oficialmente soy, tiene derecho cualquier gacetillero hambriento, el último zascandil de la prensa periódica, á dudar de mi probidad, á llamarme inepto y á disponer contra mí la opinión pública.
Conócese dijo el duque sonriendo á duras penas que aún os dura la rabia del encierro. Os hablo desembozado y nada más. ¿Y si fuese cierto que yo necesitase de vuestra ayuda?... Os la negaría, porque ayudaros á vos, sería desayudar á la patria y hacer traición al rey. Supongo que no os habréis atrevido á llamarme traidor. No; pero sois ciego, soberbio y codicioso.
Que pasado un mes que había que estábamos en Toledo, haciendo comedias buenas y enmendando el yerro pasado, ya yo tenía nombre, y habían llegado a llamarme Alonsete, que yo había dicho llamarme Alonso, y por otro nombre me llamaban el Cruel, por serlo una figura que había hecho con gran aceptación de los mosqueteros y chusma vulgar.
«¿Conque nombre y posición? dijo ; gracias, gracias; es usted muy bueno. ¿Conque no puedo con mi nombre y quiere usted que tome otro sobre mí? ¡Qué puño!... Si pudiera desbautizarme y no oír más con estas orejas el nombre de Isidora, lo haría... Me aborrezco; quiero concluir, ser anónima, llamarme con el nombre que se me antoje, no dar cuenta a nadie de mis acciones. ¡Isidora!...
Dupont miraba con los ojos entornados a Montenegro, pensando que éste sólo podía aproximarse a él impulsado por algo muy importante. Está bien dijo con impaciencia. Vamos al caso y no perdamos tiempo. Mira que hoy es un día extraordinario. De un momento a otro volverán a llamarme por teléfono.
No acostumbro a faltar a la verdad, y tratándose de actos que pueden prestar algún servicio a la causa de Dios sería indigna de llamarme cristiana si renegase de ellos en presencia de nadie. ¿Y qué es lo que usted llama causa de Dios, bella señorita? preguntó el general con aparente calma, mientras por sus ojos pasaban relámpagos de ira.
Pero de flores y de perlas hecho, Entraba Carlos á llamarme, y daba Luz á mis ojos, brazos á mi pecho. Tal vez, que de la mano me llevaba, Me tiraba del alma, y á la mesa Al lado de su madre me sentaba. Sin ver el maestresala diligente, Y el altar de la gula, cuyas gradas Viste el cristal y la dorada fuente;
«¿Pero yo qué he hecho?... ¡Oh!, bien hecho está... ¡Llamarme a mí ladrona, ella que me ha robado lo mío!». Se volvió para atrás, y como quien echa una maldición, dijo entre dientes: «Tú me llamarás lo que quieras... Llámame tal o cual y tendrás razón... Tú serás un ángel... pero tú no has tenido hijos. Los ángeles no los tienen. Y yo sí... Es mi idea, una idea mía.
José puso apresuradamente sobre la mesa numerosas botellas. ¡Acuérdese Vuestra Majestad de la ceremonia de mañana! dijo Tarlein. ¡Eso es, mañana! repitió el viejo Sarto. El Rey vació una copa a la salud de «su primo Rodolfo,» como tenía la bondad de llamarme, y yo apuré otra en honor «del color de los Elsberg,» brindis que le hizo reír mucho.
Ahora, pues, previa tu indulgencia por estas digresiones, y suponiéndote orientado en el terreno de nuestros personajes, voy á tratar del verdadero asunto de mi cuadro. Hace pocos días empezó á llamarme la atención el aspecto que presentaba la casuca de enfrente. La buhardilla del Tuerto apenas se abría, ni en ella se escuchaban las risas, los lloros y los golpes de costumbre.
Palabra del Dia
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