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Actualizado: 21 de julio de 2025


Desde luego, por muy alto que piquen los Raséndil, el mero hecho de pertenecer a esa familia no justifica la pretensión de consanguinidad con el linaje aun más noble de los Elsberg, que son de estirpe regia. ¿Qué parentesco puede existir entre Ruritania y Burlesdón, entre los moradores del palacio de Estrelsau o el castillo de Zenda y los de nuestra casa paterna en Londres?

Tarlein ocultó el rostro entre las manos. La respiración del Rey se hizo más ruidosa y Sarto lo empujó con el pie. ¡Maldito borracho! murmuró. ¡Pero es un Elsberg, es el hijo de su padre, y el diablo me lleve si permito que Miguel el Negro usurpe su puesto!

El Rey comía con apetito, Tarlein moderadamente y Sarto con voracidad. Yo me mostré buen comedor, como lo he sido siempre, y el Rey lo notó, sin ocultar su aprobación. Nosotros, los Elsberg, nos portamos siempre bien en la mesa, observó. Pero ¿qué es esto? ¿Estamos comiendo en seco? ¡Vino, José! Eso de engullir sin beber se queda para los animales. ¡Pronto, pronto!

Para los Elsberg, la rosa roja, General le dije alegremente; a lo cual contestó con un ademán afirmativo. He dicho «alegremente» y parecerá extraño. Pero la verdad es que me hallaba por completo bajo el dominio de la intensa excitación creada por aquellas circunstancias excepcionales.

Mostró vivo interés por mi familia, se rió en grande cuando hablé de los retratos con cabellera de Elsberg, existentes en nuestra galería de antepasados y redobló su risa al oír que mi expedición a Ruritania era secreta. ¿Es decir que tiene usted que visitar a su depravado primo a escondidas? dijo. Al salir del bosque nos hallamos ante un rústico pabellón de caza.

Después de todo, las narices largas y el pelo rojo no eran patrimonio exclusivo de los Elsberg, y la vieja historia que he reseñado, a duras penas podía considerarse como razón suficiente para impedirme visitar un importante reino que había desempeñado papel nada menospreciable en la historia de Europa y que podía volver a hacerlo bajo la dirección de un monarca joven y animoso, como se decía que lo era el nuevo Rey.

De lo contrario, nadie entenderá por qué mi nariz y mi cabello tienen el don de irritar a mi cuñada y por qué digo de que soy un Elsberg.

Y para cerrar la polémica y también, lo confieso, para exasperar un poco más a mi severa cuñadita, añadí: ¡La verdad es que me alegro de ser todo un Elsberg! Cuando leo una obra cualquiera paso siempre por alto las explicaciones; pero desde el momento en que me pongo a escribir, yo mismo comprendo que una explicación es aquí inevitable.

Valiente como es el Rey y como lo son todos los Elsberg, palideció al mirar el siniestro tubo y oír al villano que así se mofaba de él. ¡Ah, señores! acabó diciendo Juan, en el castillo de Zenda le cortan la cabeza a un hombre con tanta frescura como juegan una partida de cartas; y precisamente ese Henzar es el más cruel de todos... y el más temible también cuando hay mujeres cerca.

Entretanto dije yo, el Rey acabará por darse a Satanás si tiene que seguir mucho tiempo todavía sin almorzar. El viejo Sarto se rió socarronamente y me tendió la mano. ¡Es usted un verdadero Elsberg! dijo. Después nos miró detenidamente y exclamó: ¡Dios haga que nos veamos vivos esta noche! ¡Amén! fue el comentario de Federico de Tarlein. El tren se detuvo.

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