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No conozco a estos caballeros mas que para servirles; jamás leo periódicos; pero me escamo cuando los papeles hablan mucho de un hombre. Ahora sólo se habla de los grandes pecadores: los santos viven en la obscuridad. Luego de una larga reflexión, había preguntado: ¿No estarán entre estos señores Voltaire y Garibaldi? El hermano Vicente no conocía mayores impíos.

Estaba yo, como el lector advertirá, en esa indiscreta edad juvenil en que, para aquilatar el mundo, los hombres y las cosas, se hace uso de términos de comparación nominativos. No puedo decirle, porque no asisto al teatro ni leo literatura frívola. Continúo.

No se lo digáis á nadie, porque no me gusta pasar por torpe: pero no la leo... no la adivino. Hacedla el amor. ¿Yo?... Es hermosa. Pero descarada. Por las descaradas se conoce á las enmascaradas; un amante ve lo que no ven los demás, y nos conviene ver á esta mujer. Enamoradla. Ya lo he hecho. ¿Y no habéis podido leerla? No, porque no se ha enamorado de mi.

Nunca he acertado a leer los libros de Pereda con la impasibilidad crítica con que leo otros libros. Son algo tan de nuestra tierra y de nuestra vida, como la brisa de nuestras costas o el maíz de nuestras mieses. Pocas veces un modo de ser provincial ha llegado a traducirse con tanta energía en forma de arte.

»Luis me pregunta si lo amo: yo no cómo probárselo. »Me parece que ambos dudan, el uno de mi felicidad, el otro de mi amor. Ellos no insisten en pedirme seguridades, pero en sus miradas, leo una secreta ansiedad, como si creyeran que les oculto algo. ¡Todo eso porque mi marido tiene cuarenta y cuatro años! ¡Si tuviera treinta y cuatro, no dudarían!... »¡Qué placer! ¡qué placer!

En una tabla colocada en un balconcillo, a manera de banderola, leo, escrito en gruesas letras: Parador Nuevo de la Plaza de Juan el Botero Paja suelta, agua dulce. «Cervantes pienso dice que la posada del Sevillano, en Toledo, se veía muy concurrida por la abundancia de agua que se hallaba siempre en ella. El agua, en estos pueblos secos, es un señuelo hoy como en los tiempos de Cervantes

Malas noticias me traes, Florela, dijo doña Guiomar; en tu semblante las leo: habla, no tardes; ¿qué desdicha tan grande me sucede, que así, por la mucha lealtad que me tienes, te ha puesto? Echáralos yo a palos de lacayos, si señora y no criada fuese, a esos desvergonzados, ingratos y mal nacidos; y poco castigo sería, que su bajeza y su atrevimiento bien merecen la muerte.

Yo intento dormir; no puedo. En el centro del coche, sobre una maleta en pie, que no cabe en las rejillas ocupadas, a modo de velador, he colocado unos periódicos. Tomo uno ilustrado; leo al azar un párrafo: «El acto realizado por el joven ex ministro de Agricultura ha tenido gran resonancia y debe tener trascendencia

Como quiera que ello sea, yo de puedo decir que cuando de un autor nuevo o leo un libro nuevo, en castellano, prescindo para elogiarle de la región en que está escrito o impreso, y le elogio cuanto merece y tal vez proporcionalmente más, según la distancia desde donde el libro viene, causándome por ello impresión más grata y peregrina.

Haz que mamá y Leo canten letanías, fervorines, gozos, salves, todo el repertorio de la música celestial; que recen hasta repetir maquinalmente lo que les enseñes: sólo te ruego que la devoción no robe amparo ni cariño a mi padre, y que no alecciones a la chica en cosas que ignora. ¿No ha de huir el peligro?