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Con las señoras de la grandeza y las que quieren imitarlas, van allí algunos de esos devotos que desgastan con las rodillas los ruedos de las iglesias y, tras las mujeres, van señoritos elegantes a ver lo que se pesca, ¿entiendes? Sigue. Uno de esos señoritos está buscándole las vueltas a Leo. ¿Estás seguro de lo que dices? ¿Puedes suponer que me hubiese metido en esto si no lo estuviera?

Las tres dormimos en una misma alcoba y charlamos bajito por las noches. ¡Ah! ¿Sabe usted lo que me ha dicho Inés? Que usted está enamorado. ¡Qué bromazo! Tal cosa no es verdad. , nos lo dijo, y aunque no me lo dijera... Eso se conoce. ¿Lo conoce usted? Al instante. En cuanto veo a una persona. ¿Dónde ha aprendido usted eso? ¿Lee usted novelas? Jamás. No las leo; pero las invento. Eso es peor.

Me pregunto á mismo si pienso; y en el fondo de mi alma leo que ; me pregunto si este pensamiento es necesario, y á mas de que la experiencia me dice que , tampoco encuentro razon ninguna en que fundar la necesidad.

En seguida, viendo desde el pasillo que Leocadia estaba en la cocina, gritó: ¡Mira, Leo, hazme a también chocolate, que vengo desfallecida! Pepe se apartó para dejarla pasar, y sin poder ni querer contenerse, exclamó con ira: ¡Maldito sea el fanatismo, que engendra tales cosas!

Abrió el cajón de la cómoda y sacó una cajita de madera, y de ella un sello de cauchouc. Tomó un papel blanco después y lo selló. Mira. ¿Qué es esto? Un sello que pienso aplicar sobre las dos obras que voy a dar a luz y sobre todas las demás que escriba en adelante. ¿Pero qué dice aquí? No leo nada. No hay palabras; no hay más que una figura. Obsérvala bien. Parece una mancha de tinta.

Nunca debía levantarse del suelo ni abrir el pico. Es como esos buenos mozos que pierden mucho cuando hablan. Después, en casa, leo, toco el piano, tarareo la ópera que se va a dar en el Colón, me entero de lo que dicen los diarios, de los noviazgos, de las reuniones, bailes y fiestas.

Pues una de dos: o estás equivocado, y no hay nada de lo que sospechas, o Tirso tiene la culpa; y en este caso, no cabe duda, en mi casa va a haber más guerra civil que en el Norte. Mucho lo temo; y respecto a lo que veníamos hablando, creo que Leo no está ya por . Vamos con tiento. ¿Tienes algún lío, algún trapicheo que sabido por ella la haya enojado? No: palabra de honor.

Quitóle el cura los corales del cuello, y mirólos y remirólos, y, certificándose que eran finos, tornó a admirarse de nuevo, y dijo: -Por el hábito que tengo, que no qué me diga ni qué me piense de estas cartas y destos presentes: por una parte, veo y toco la fineza de estos corales, y por otra, leo que una duquesa envía a pedir dos docenas de bellotas.

Aquí puedes estar añadió en libertad completa: sólo te ruego que no distraigas a Leo y a mamá. dueño de tus acciones, pero déjalas a ellas que cuiden de la casa. Parecen otras; mira cómo tienen esto, tan sucio; nunca ha estado así y, sobre todo, con lo que no transijo es con el abandono de papá: no quiero que vuelva a ocurrir lo de esta tarde.

Con papá hace casi lo mismo: a mamá y a Leo es a quienes él quiere ser simpático. Lo de siempre: apoderarse de las mujeres para hacer guerra a los hombres. Temo que no te falte razón. Pues chico, mucho ánimo, y a evitar lo que pueda sobrevenir. Estás expuesto a que se convierta la casa en un reñidero de gallos. ¡Primero le tiro por la ventana! Créeme; nada de violencia.