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Actualizado: 25 de mayo de 2025
En cuanto a ellas, que recen en casita; devoción a domicilio, la que se te antoje; pero tengo resuelto que mi padre vuelva a verse bien asistido y que Leo no tenga ocasión de perderse por ir a esa cofradía que ha puesto tienda de ropas. Con estas dos condiciones podemos vivir en paz. ¡Buen cuidado tendré yo de no discutir contigo!
Yo la leo algunas veces como se lee un himno. La condesa desplegó la carta y leyó: «María: tú a quien tanto he amado, y a quien amo aún; si mi perdón puede ahorrarte algunos remordimientos, si mi bendición puede contribuir a tu felicidad, recibe ambos desde mi lecho de muerte.» Capítulo XXXI
Porque en la piedra que en mis hombros veo, Que la fortuna me cargó pesada, Mis mal logradas esperanzas leo. Las muchas leguas de la gran jornada Se me representaron que pudieran Torcer la voluntad aficionada, Si en aquel mismo instante no acudieran Los humos de la fama á socorrerme, Y corto y facil el camino hicieran.
Compro el papel, leo la primer copla de circunstancias y lo arrojo con asco. Más tarde, otro y otro. Todos tienen versos obscenos. Achetez le Boulevardier, vingt centimes! Compro el Boulevardier; las aventuras de ces dames de Mabille y del Bosque, con sus nombres y apellidos, sus calles y números, sobre todo, los actos y gestos de la Barronne d'Ange... ¡Indigno, innoble!
Recorro las mismas callejuelas de piso áspero; cruzo la misma plaza en que la iglesia se alza. Y luego, por variar, tuerzo a la derecha y entro en una calle silenciosa, de casas chatas a una banda, de una larga pared ruinosa a la otra. Leo un tejuelo azul: es la calle de Gerindote.
¿No he de conocerle si me he criado entre lodo? Pero tu lenguaje es escogido, Amparo: tus maneras riñen con tu posición, pareces una señorita disfrazada. Lo debo al padre Ambrosio; lo debo a los libros que leo. Y...¿qué libros te ha dado a leer ese religioso? Cuando supe leer y escribir, me puso en las manos la imitación de Cristo del padre Kempis.
Y este Juan dijo Magdalena con su risa de antes y saliendo del todo a la claridad del fuego, este Juan, señores, les maravillaría de ver cuánto sabe; a veces, le leo todas aquellas cosas de la pared, y a menudo le traigo flores y las contempla con tanta naturalidad como si leyera algo en su interior. ¡Bendito sea Dios! dijo Magdalena con su franca risa, todo aquel lado de la casa le he leído este invierno. ¡Si supiesen lo que le entusiasma a Juan la lectura!
A mí me falta valor, y puede también que me falte calma. Veré a tu madre... Con Leo no hablo. Como quieras. ¿Cuándo te parece que dispongamos el trasladar a tu padre? Eso se hace en una mañana.
Me han gustado siempre mucho los versos... Leo pocos, ¿sabe usted?... Como uno tiene tantas cosas que hacer... ¿Y cuál es el poeta que usted prefiere? ¿Yo? Zorrilla. Perdone usted, señor Sanjurjo; confieso que escribe muy bonitos versos. Algunos he leído, y aun sé de memoria, que me encantan... Aquello de
Ya no puedo rezar; me da vergüenza dirigirme con el pensamiento á mi verdadero hijo; me asalta el recuerdo de lo que le conté; me aterro al hacer memoria de que sigo hablando con el otro, á pesar de lo que me ha dicho, de lo que leo en sus miradas, de que conozco sus verdaderos deseos. ¡El mal que me has hecho!
Palabra del Dia
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