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Actualizado: 25 de junio de 2025


Margarita, considerando el amor que se iba para siempre, las esperanzas desvanecidas, el porvenir iluminado por la satisfacción de un deber cumplido, pero monótono y doloroso, murmuró igualmente: ¿Y yo?... ¡Qué será de !... Desnoyers pareció reanimarse, como si hubiese encontrado de pronto una solución. Escucha, Margarita: yo leo en tu alma. Amas á ese hombre, y haces bien.

Llevándose los dedos a su rebelde cabellera para hacer con ellos púas de peine, se la atusó, y arqueando el cuerpo, inclinose hacia la señora para decirle con retintín: «Muy triste está usted desde ayer... No, no me lo niegue... ¿Pues yo no veo lo que pasa? Leo en las caras». Pues en la mía poco habrá leído usted.

Desmaroy sostiene sus ideas y yo las mías, nos miramos otra vez, no como amigos sino como luchadores. Leo en sus ojos: Esta muchacha es demasiado absoluta... Qué cabeza... Yo la meteré en cintura... Una mujer está hecha para obedecer. Bajo los ojos y mis párpados ocultan una respuesta acerba e irritada... No, no me meterá usted en cintura, porque jamás seré su mujer...

Leo en sus ojos el deseo ardiente... ¡conténgase ahora! Yo procuraré que nuestras almas vuelvan á encontrarse con más intimidad. En este momento es imposible... Los deberes sociales... las obligaciones de una dueña de casa...

Ahora caigo en la cuenta que cuando leo las oraciones en latín, que no entiendo jota, no me duelen los ojos ni la cabeza. Así habló doña Basilisa. Añadió: ¿Y la otra, la Juana, su mujer? Me parecía algo, vaya, algo así... una tarasca. Tarasquísima afirmó el dominico ; pero está totalmente domesticada.

No lo he leído... ¡Como no leo esas cosas! exclama. Hable usted de teatros a don Timoteo. No voy al teatro; ¡eso está perdido!... porque quieren persuadirnos de que estaba mejor en su tiempo; nunca verá usted la cara del literato en el teatro. Nada conoce, nada lee nuevo; pero de todo juzga, de todo hace ascos.

Luego al hotel, paso un momento al salón de lectura, tomo el Times para buscar si hay telegramas de Buenos Aires, leo la buena noticia de la organización definitiva de la compañía del ferrocarril Andino y me pongo de buen humor, pensando que en breve, la dulce y querida Mendoza estará ligada al Plata por la arteria de hierro.

Yo hago otra cosa: miro todo y no leo casi nada; por otra parte, pienso que los diarios de hoy no llenan su objeto porque la volubilidad pública reclama asuntos nuevos todos los días y, así, no es posible la propaganda asidua en un propósito dado, desde que en cuanto un diario insiste en un mismo tema el público lo deja por aburrido y por «latero».

4 de Abril. La monotonía de mi vida en este lugar empieza a fastidiarme bastante, y no porque la vida mía en otras partes haya sido más activa físicamente; antes al contrario, aquí me paseo mucho, a pie y a caballo, voy al campo, y por complacer a mi padre concurro a casinos y reuniones; en fin, vivo como fuera de mi centro y de mi modo de ser; pero mi vida intelectual es nula; no leo un libro ni apenas me dejan un momento para pensar y meditar sosegadamente: y como el encanto de mi vida estribaba en estos pensamientos y meditaciones, me parece monótona la que hago ahora.

A dios de S. Felipe el gran paseo, Donde si baxa, ó sube el Turco galgo, Como en gaceta de Venecia leo. A dios, hambre sotil de algun hidalgo, Que por no verme ante tus puertas muerto, Hoy de mi patria, y de mi mismo salgo. Con esto poco á poco llegué al puerto, A quien los de Cartago dieron nombre, Cerrado á todos vientos y encubierto.

Palabra del Dia

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