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Actualizado: 25 de junio de 2025
Comprendo que la sujeción del colegio se le hace insoportable, y esto me tiene disgustadísima. La independencia de carácter de mi hijo me espanta. Procuraré que escriba a su padre pidiéndole perdón por la falta que ha cometido. Todos los días leo las Confesiones, que procuro imitar en lo posible: trataré de hacer como Santa Mónica, rogando sin cesar por mis hijos. 14 de enero de 1803.
Esto que yo escribo se llama una crónica. »Y al día siguiente, cuando al levantarme la veo en el periódico, aparto los ojos de ella avergonzado, y meto el periódico en el cajón de la cómoda. »Y otra vez principia otro día igual al de ayer e idéntico al de mañana: leo, paseo un poco, vuelvo a leer, torno a escribir las cosas horribles sobre los pequeños papeles.
Hoy leo la ridícula noticia, lanzada por la Agencia Stéfani, de mi matrimonio. ¿Quién ha podido inventar eso? He telegrafiado á M. Worth lo siguiente: «Espero de su caballerosidad que desmienta tal noticia, se lo suplico. Yo con mi silencio no debo autorizar ese «se dice» calumnioso y contrario á la línea de conducta de toda mi vida.» Este telegrama es, sencillamente, el retrato de un alma.
¡Y te enfadas por eso, ingrato! exclamó Lucía. Si observo tu fisonomía, es que no miro más que a ella; todo lo demás me parece indiferente... Tu rostro es el libro donde leo mi felicidad o mi desgracia. Aunque ya no le causaban impresión alguna las metáforas amorosas de la generala, Miguel se dulcificó.
Te digo que no iré... no iré. Pero tía... No hay tía que valga. No me lo has dicho; pero lo deseas. ¿Crees que no te leo yo los pensamientos? ¡Qué podrás tú disimular delante de mí! Pues no, no te sales con la tuya. Yo no voy allá sino en el caso de que me llevéis atada de pies y manos. Pues la llevaremos atada de manos y pies dijo Maxi, riendo.
Ya ves que te he seguido paso a paso. He notado tu empeño en no hablar con nosotros de ciertas cosas, porque te repugnan nuestras ideas sobre la política, la guerra y los curas trabucaires; y, por último, he aguantado tus mañas para convertir a mamá y lo que intentas para que riñan Millán y Leo... en fin, te conozco a fondo. Tú, en cambio, no sabes de lo que soy capaz. ¿De qué?
Ya queriendo fijar mi pensamiento, sobre el blanco papel la mano puesta, expresar con palabras mi ánsia intento; y comienzo novelas y canciones, y poemas, y dramas, y cien cosas que no pasan jamás de tres renglones. Fragmentos que conservo en mi cartera, que leo con el alma estremecida, porque en esos fragmentos está entera la historia de mi vida.
»¡Cuán egoísta soy! ¡Empeñarme en verme acompañado en mi tristeza, siendo así que no comparto la tristeza ajena! »Por fin he llegado a recorrer con mi vista las columnas de esos periódicos que me causaban enojo y hoy los leo con cierta curiosidad... »¿Sabe usted que casi hace ya tres meses que falto de París? ¡Con qué rapidez transcurre el tiempo lo mismo para el dolor que para el gozo!... ¡Ah!
Por eso cuando leo las Historias, reyes, emperadores y magnates, se me figuran turba de bandidos cruel y sanguinaria y miserable! Hijos felices de la odiosa espada, la tierra, a su capricho, se reparten... ¡Dióles vida la tierra! ¡Ellos, feroces, se alimentan del cuerpo de la madre! Cede ¡oh Dios! cede en tu ira y mis desventuras mira con inmensa compasión.
La he rasgado y la he quemado temeroso de volver a la locura si leo mucho ese fragmento horrible. Pero su recuerdo está fijo en mi memoria. Un día entré yo en mi casa, como suele entrarse por casualidad, sin ser notado. En el gabinete de mi mujer hablaba un hombre. Uno de mis mayores amigos. Pretendía una cosa horrible. Pretendía que ella me hiciera traición. Yo maté a aquel hombre.
Palabra del Dia
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