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¿Qué quieres hacer? dijo Hullin con sequedad . ¿Quieres rendirte? ¡Rendirme! exclamó el contrabandista . ¿Me tienes por un cobarde? Entonces, explícate. Esta noche salgo para Falsburgo. Arriesgo el pellejo al atravesar las líneas enemigas, pero prefiero eso a cruzarme de brazos aquí y perecer de hambre. Entraré en la plaza a la primera salida o trataré de ganar una poterna.

Pero antes de dársela, les ruego que me aguarden aquí algunos instantes. Trataré de ser breve, para que la curiosidad no les pique mucho tiempo. Y salió del comedor. ¿De qué se trata, doña Martina, de qué se trata? preguntaron a una voz todos. Señores, yo no lo tampoco repuso ésta, dejando no obstante adivinar en sus ojos gozosos que lo sabía perfectamente. Vamos, Martinita, dígalo V.

Si, lo que no es creíble, papá, espontáneamente, pidiera ciertos auxilios, yo sería el primero en respetar su voluntad. Pero, entiéndelo bien; si traes confesor, viático... vamos, cualquier tontería que pueda asustarle y provocar en su enfermedad una crisis peligrosa, te juro, por mi madre y por el amor de la mujer a quien quiero, que no te trataré como a hermano.

Me pesará de no ser claro y trataré de explicarme con más llaneza, aunque peque de difuso.

Usted, en Londres, hará todo lo que sea posible para descubrir si Blair fue víctima de una infamia y quiénes fueron los autores de ella, mientras yo, aquí en Italia, trataré de saber si ha existido, fuera del robo del secreto, algún otro móvil. Pero si la bolsita de gamuza hubiera sido robada, ¿no cree usted que Blair la habría extrañado?

Pero me hubiera engañado, como me he engañado respecto á otros... hubiera mentido de buena fe y luego... os hubiese abandonado. Confieso que no os comprendo, señora. No importa, ya me comprenderéis. Pero ya estamos cerca del teatro, oíd: delante de las gentes, en presencia de los comediantes, os trataré de tal modo, como si fuese vuestra querida.

Yo trataré con los ginoveses agregó; algo quedará que entregalles; aún restan muebles y mi daga de piedras; pero, ¡por mi honra!, no vendáis el solar, madre, ¡no vendáis, no vendáis el solar! Ella se levantó lentamente, la mano izquierda sobre el pecho: Con lo que acabas de decir repuso mi vida en el siglo ha terminado. Eres agora el señor. Ordena, y que Su Divina Majestad te perdone.

No trataré yo de discutir ese punto; pero lo cierto es que por algo se dice de la aldea que empobrece, embrutece y envilece. Ya; pero como el autor de esa barbaridad, y usted perdone la franqueza, no se cansó en ponerla en tela de juicio.... No le diré á usted que sea absolutamente cierto; pero algo tendrá el agua.... Esta cuestión es de gustos, señora, y en vano nos cansaremos ventilándola.

Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo. Y así, el que con los requisitos que he dicho tratare y tuviere a la poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas del mundo.

Comprendo que la sujeción del colegio se le hace insoportable, y esto me tiene disgustadísima. La independencia de carácter de mi hijo me espanta. Procuraré que escriba a su padre pidiéndole perdón por la falta que ha cometido. Todos los días leo las Confesiones, que procuro imitar en lo posible: trataré de hacer como Santa Mónica, rogando sin cesar por mis hijos. 14 de enero de 1803.