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Currita no contestó a Jacobo, y extrañado este, tornó a escribirle, sin obtener tampoco respuesta.

7 Porque por ti he sufrido afrenta; confusión ha cubierto mi rostro. 8 He sido extrañado de mis hermanos, y extraño a los hijos de mi madre. 9 Porque me consumió el celo de tu Casa; y los denuestos de los que te vituperaban, cayeron sobre . 10 Y lloré con ayuno de mi alma; y me has sido por afrenta. 11 Puse además cilicio por mi vestido; y vine a serles por proverbio.

Todos le encontraban rejuvenecido; veían en él algo nuevo é inexplicable, que animaba sus ojos con el brillo dulce de la adolescencia, que parecía dar más soltura á su cuerpo de hombre de lucha, y le hacía cuidar con mayor esmero del adorno de su persona. mismo decía al médico, te has extrañado de este cambio muchas veces. Es el amor, Luis. Nada como él alegra á los hombres.

Zambulló la cara hasta las cejas en el gran cuello de pieles, guardóse prontamente en el bolsillo la dentadura y apretó a correr hasta llegar sin resuello a la puerta del aposento. ¡Perrrverrsa suerrte! Sabadell le seguía sin descanso, y deteníase al fin a la puerta del cuarto vecino sin osar acercársele, pero mirándole de hito en hito, extrañado, atento, receloso...

Una tarde, al guardar sus joyas, Kassim notó la falta de un prendedor cinco mil pesos en dos solitarios. Buscó en sus cajones de nuevo. ¿No has visto el prendedor, María? Lo dejé aquí. , lo he visto. ¿Dónde está? se volvió extrañado. ¡Aquí! Su mujer, los ojos encendidos y la boca burlona, se erguía con el prendedor puesto. Te queda muy bien dijo Kassim al rato. Guardémoslo. María se rió.

¿Han salido? preguntó extrañado. No, se van a Montevideo... Han ido al Salto a dormir abordo. ¡Ah! murmuró Nébel aterrado. Tenía una esperanza aún. ¿El doctor? ¿Puedo hablar con él? No está, se ha ido al club después de comer... Una vez solo en la calle oscura, Nébel levantó y dejó caer los brazos con mortal desaliento: ¡Se acabó todo!

Miróle el tío Frasquito extrañado, y la curiosidad, que es la fuerza de resistencia más sufrida que se conoce, le clavó en el asiento... Quizá iba a despejar la X misteriosa que se debatía aquella misma tarde en la terraza del Grand Hôtel, la incógnita que representaba la presencia intempestiva de Jacobo en París, abandonando su Embajada de Constantinopla.

¡Calle usted! murmuró suplicante. Me da vergüenza oír hablar de aquellos tiempos. ¿Por qué? replicó Delaberge, extrañado de una tan extremosa castidad. En nuestra edad, señora, ya no hay peligro alguno... Y además, si cometimos en otros tiempos el error de ser demasiado jóvenes, fue aquello un pecado del que ya no queda hoy el menor rastro.

Y el tío Frasquito sacaba la primera del paquete, cuyo sello tenía, en efecto, la efigie del zar Alejandro II. De San Peterrsburrgo... La abrí extrañado y me encontré con esto... Y abría, a la vez que hablaba, la carta, poniendo ante los ojos atónitos de Jacobo un pliego en blanco, en cuyo centro se leía escrita esta sola palabra: =¡MENTECATO!=

Sin más apoyo que unos cuantos amigos tan ilusos como él, presentaba su candidatura á la presidencia, afirmando que era la «única candidatura civil». ¡Pero si ese muchacho es un loco! decía yo, extrañado de la preocupación de Castillejo . ¡Si no puede juntar más allá de un centenar de votos!... Ya que usted le hace el honor de tenerle en cuenta, voy á demolerlo con un artículo.