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Cómo, ¿no es un secreto el haber venido á en altas horas de la noche, á , confesor del rey, á quien todo el mundo conoce como enemigo de los que hoy á nombre del rey mandan y abusan, trayendo con vos una carta de la reina? ¿cómo ha venido esa carta á vuestras manos?

¡Jesús, qué carta! exclamó doña Paula con los ojos clavados en su hijo. ¿Qué tiene? preguntó el Magistral, volviendo la espalda. ¿Te parece bien ese modo de escribir al confesor? Parece cosa de doña Obdulia. ¿No dices que la Regenta es tan discreta? Esa carta es de una tonta o de una loca. No es loca ni tonta, madre. Es que no sabe de estas cosas todavía.... Me escribe como a un amigo cualquiera.

Esta mañana, en la Catedral, mientras esperaba mi vez para confesarme y estaba meditando sobre los proyectos de la abuela, preguntándome si debía confiarme o no a mi confesor, fui distraída de mis pensamientos por un murmullo molesto.

Estiróse preliminarmente el señor Alonso del Camino, se levantó, se acercó á la mesa, se apoyó en ella y miró con el aspecto de la mayor atención al confesor del rey, que leyó lo siguiente: «Nuestro muy respetable padre fray Luis de Aliaga: Os enviamos con la presente á un hidalgo que se llama Juan Martínez Montiño.

El confesor del rey fué introducido en el elegante gabinete de doña Clara. La joven estaba pálida, cansada, y la palidez y el cansancio aumentaban su hermosura. ¡Oh! ¡bendito sea Dios, que os veo! dijo levantándose y poniendo un sillón junto al brasero al padre Aliaga. Me habéis escrito una carta que me ha puesto muy en cuidado dijo fray Luis.

Fray Juan Martínez, que era confesor del Rey y se hallaba en Zaragoza cuando el triste suceso, escribió largamente al doctor Andrés diciéndole que la enfermedad fue de viruelas . En cambio Matías de Novoa, en su Historia de Felipe IV, narra la muerte con extremada concisión.

Haced que las gentes que están al lado del rey, cuenten sus pasos, oigan sus palabras... Tal las oyen, que aconsejo á vuecencia haga dar una mitra al confesor del rey. ¡Cómo! Fray Luis de Aliaga ha pasado toda la tarde al lado de su majestad, mientras vuecencia reconciliaba á sus enemigos y se creía por su reconciliación libre de cuidados. El duque quedó profundamente pensativo.

Y sin embargo, el corto número de sus penitentes aseguraba que era un confesor prudente, discreto y delicado en sus preguntas.

Si usted conociese la miseria de otros, comprendería á qué inmensa altura se halla sobre los demás. La devota bajó los ojos, y con gran melancolía y tierna voz dijo: ¿Y qué miseria hay mayor que la mía? Es usted demasiado buena. Todo el mundo sabe muy bien que usted es una santa, una verdadera santa. ¿Quiere usted que le haga una confesión? dijo Paula, mirándole como se mira á un confesor.

¿Y qué crees?, hablando ahora como si estuviéramos delante de un confesor. ¿ qué crees?, ¿es, como quien dice, ángel o qué?