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Actualizado: 10 de junio de 2025


De puedo decir que he de ir en pos de él hasta el pie del cadalso, sin pensar en mi propio interés ni en la razón o sin razón de su condena. Pronunció estas palabras con tal arrogancia, que su confesor y maestro creyó necesario arrugar el sobrecejo y levantar la cabeza antes de responderle.

Enviose a llamar acto continuo al confesor de doña Gertrudis, y María se encargó de prepararla. ¡Caso raro! Doña Gertrudis, que durante su vida había pedido infinitas veces que le trajesen un confesor, sintiose sobrecogida, llena de espanto, cuando su hija le manifestó que debía disponerse.

El rey mandaba. Lerma no estaba acostumbrado á aquello. Señor dijo , yo no puedo seguir siendo secretario de vuestra majestad. Os lo mando yo dijo el rey. Obedezco, señor. A fray Luis de Aliaga, le nombramos confesor de la reina dijo el rey. Estremecióse Lerma. Traednos el nombramiento. Al conde de Olivares le reponemos en su oficio de caballerizo mayor. ¡Ah, señor! ¡Dios quiera que no os pese!

Y el padre Aliaga se levantó, abrió la puerta de la celda y llamó. ¡Hermano Pedro! Abrióse una puerta en el pasillo y salió un lego con una luz. Guíe á la portería á este caballero dijo el padre Aliaga al lego. Juan Montiño saludó de nuevo al confesor del rey y se alejó.

No, no... Usted ya no puede ser mi confesor y levantando repentinamente la frente, pálidas las mejillas, los ojos secos y brillantes, donde se pintaba una resolución extrema, siguió: muy bien, padre, que mi vida entera está destinada a llorar... también que después de esta vida me espera quizá una eternidad de tormentos. Pero la desesperación no cuenta los tormentos ni teme nada.

Formó resolución inquebrantable de no confesar más con él. ¡Con él! ¡Un sacerdote que entra de noche en los portales a cuchichear con mujeres hermosas y elegantes! ¡Puf! Sería vergüenza el hacerlo. Obdulia estaba bien segura de que la mujer que hablaba con su confesor era linda. Esta seguridad la torturaba.

Comprendo que ansíen confesarse esas buenas mujeres de los huertos, que van en busca del cura caminando bajo el sol o la lluvia. Esta tarde necesito yo decirlo todo. Tengo aquí dentro un diablillo que empuja y empuja para echar afuera todo mi pasado. Pues hable usted. Si soy su confesor y merezco su confianza, algo voy adelantando.

A juzgar por el semblante sombrío, pálido, inmóvil del confesor del rey, debía suponerse que gravísimos pensamientos le ocupaban. De tiempo en tiempo se detenía, leía una carta arrugada que tenía en la mano, crecía su palidez al leerla, temblaba, y volvía á arrugar la carta en un movimiento de despecho.

No pude refrenar mi deseo de volver a mi patria. Desde Lisboa fui a Sevilla y a Cádiz. Mi antiguo confesor, el Padre García, había hecho algunos ahorros y había heredado también a un hermano suyo que se había enriquecido. Harto el Padre de rodar por el mundo, vivía retirado en el lugar de su nacimiento, no lejos de Sevilla. Le anuncié mi llegada y él vino a verme.

Dio algunos pasos por la capilla, que estaba solitaria. De repente, no pudiendo vencer el deseo de hacer saber a su confesor la terrible penitencia que había llevado a cabo, se acerca de nuevo al confesonario, no por la ventanilla, sino por la puerta.

Palabra del Dia

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