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Actualizado: 16 de julio de 2025


De puedo decir que he de ir en pos de él hasta el pie del cadalso, sin pensar en mi propio interés ni en la razón o sin razón de su condena. Pronunció estas palabras con tal arrogancia, que su confesor y maestro creyó necesario arrugar el sobrecejo y levantar la cabeza antes de responderle.

Así como a los delicados de la vista la claridad les hace arrugar los párpados, a don Fermín le hacía sonreír; parecía aquella sonrisa con que siempre le veía el público, un efecto extraño de la luz en los músculos de su rostro. Pero esto no engañaba a los que le conocían bien los más muy a su costa . El primero que se atrevió a acercarse fue el Deán que llegaba entonces al paseo.

Por último, como no era posible que guardara mucho tiempo cualquier sentimiento que la agitase, dijo con una resolución severa, como si esperase oposición y se preparase a reñir: Mira, no quiero que vayas al baile. ¿Pues? Porque no. Callé un momento y sonreí, viéndole arrugar su linda frente y desviar la vista hacia otro sitio, cual si temiese flaquear en su determinación fijándola en .

Lo primero, nunca he de querer á muger ninguna, y en viendo una beldad acabada diré en mi interior: Un dia se ha de arrugar ese semblante; ese turgente y redondo pecho se ha de tornar fofo y lacio; esa tan bien poblada cabeza ha de quedarse calva: y me basta con mirarla desde ahora como la he de ver entónces, para que esa linda cabeza no me haga perder la mia.

A juzgar por el semblante sombrío, pálido, inmóvil del confesor del rey, debía suponerse que gravísimos pensamientos le ocupaban. De tiempo en tiempo se detenía, leía una carta arrugada que tenía en la mano, crecía su palidez al leerla, temblaba, y volvía á arrugar la carta en un movimiento de despecho.

Esta le puso al corriente, sofocada por los sollozos, de la falta de respeto de su hija. Don Rosendo se creyó en el caso de arrugar el entrecejo, y decir con tono solemne: Eso está mal hecho, Ventura. Ve a pedir perdón a tu mamá. Se le conocía que estaba distraído, absorto por algún pensamiento, y que aquel suceso doméstico no conseguía más que a medias arrancarle de su preocupación.

¡En eso!... No lo que es, pero debe de ser algo malo cuando le hace a usted arrugar la frente y abrir unos ojazos pasmados como si viera delante un alma del otro mundo... Vamos, piense usted un poco en , ya que me he confiado a sus cuidados. Ya pienso. ¿No acabo de advertir a usted que no debía mojarse los pies? Pero usted no hace caso replicó sonriendo con benevolencia. ¡Eso es!

Aquella mujer tan hermosa, que era la belleza con cara de bondad para Bonis... le pareció de repente una culebra.... La vio mirarle con ojos de acero, con miradas puntiagudas; le vio arrugar las comisuras de la boca de un modo que era símbolo de crueldad infinita; le vio pasar por los labios rojos la punta finísima de una lengua jugosa y muy aguda... y con el presentimiento de una herida envenenada, esperó las palabras pausadas de la mujer que le había hecho feliz hasta la locura.

Y volvió á leer la carta palabra por palabra, sílaba por sílaba, letra por letra; la devoró con una mirada hambrienta, como pretendiendo traslucir el misterio que bajo aquellas letras se revolvía, grave, misterioso, aterrador, y volvió á arrugar con cólera la carta entre sus manos. De tiempo en tiempo consultaba con impaciencia la muestra de un enorme reloj de pared.

Palabra del Dia

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