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Y luego, dice: "muestre los recados, Que tiene por firma Licenciado, Y de Dean tambien, pues prebendados Nombrar solo á el Rey se lo ha dejado." Estando sobre aquestos muy trabados, La cosa á tal estremo hubo llegado, Que por fuerza el Dean se determina Partir para el Perú, y ya camina.

La dolencia de éste fue larga; en, tanto que duró no permitieron los médicos, por ahorrarle cavilaciones, que se le hablase de la restauración del templo, y aunque así no fuera, nada hubiera podido saber de lo que hacía Molina, porque el artista con nadie hablaba de su obra ni toleraba visitas. En cuanto el deán se puso bueno, su primera salida fue para ir al estudio.

El señor deán de la catedral de..., muerto pocos años ha, dejó entre sus papeles un legajo, que, rodando de unas manos en otras, ha venido a dar en las mías, sin que, por extraña fortuna, se haya perdido uno solo de los documentos de que constaba.

Suspendiose el culto, y aquella misma semana, antes de que comenzaran los trabajos de apuntalamiento, el telégrafo difundió por el mundo la noticia de que se había venido abajo la bóveda del crucero. El gobierno pidió a las Cortes un crédito extraordinario, se nombró una junta de restauración, y el deán fue el alma de ella, porque en la diócesis nada se podía hacer sin su consejo.

Comenzó a hacer apuntes, bocetos, manchas de color, y ya iba dando vida real a los pensamientos soñados en el delirio creador, cuando el deán cayó enfermo, sin llegar a ver nada de lo que el artista había hecho. Entonces Molina, para trabajar a gusto, decidió no recibir a nadie hasta tener las cuatro figuras acabadas: nadie había de verlas mientras no las viese el señor deán.

Así lo refiere D. Francisco Xavier Xarque, Dean de Albarracin, en la historia que escribió de los misioneros del Paraguay, y lo mismo manda que se efectúe en las demas provincias.

La primera dice: Cartas de mi Sobrino; la segunda, Paralipómenos; y la tercera, Epílogo. Cartas de mi hermano. Todo ello está escrito de una misma letra, que se puede inferir fuese la del señor deán.

Diego de Mardones, á quien los señores dean y cabildo se la dieron para su entierro por haber dejado el suntuoso que en su vida tenia en S. Pablo de Burgos, cuyo convento, siendo prior dél, lo dispuso y dotó en mas de setenta mil ducados, y en agradecimiento de haberle dado la capilla mayor dió á esta santa iglesia cincuenta mil ducados para hacer retablo

Entonces, mi timidez se trocó en atrevida soberbia, y la miré de hito en hito. Algo de ridículo hubo de haber en mi mirada, pero, o Pepita no lo advirtió o lo disimuló con benévola prudencia, exclamando del modo más sencillo: No se ofenda Vd. porque yo le descubra alguna falta. Esta que he notado me parece leve. La culpa es del señor deán, que no ha pensado en que Vd. aprenda a montar.

Al oír esto San Pedro, volviéndoles la espalda, echó tranquilamente el cerrojo a la puerta del cielo y luego encarándose con el artista y el clérigo les dijo: Vaya, vaya, ¡largo, fuera de aquí los dos! , deán, al purgatorio una temporadita por mal genio; y , pintor, tonto de capirote, al limbo, como si fueras niño sin uso de razón. ¡El Trabajo en la catedral! ¡Qué oportuno!