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Este rio es uno de los mayores de toda la América, y entra en el mar por una boca de setenta millas de ancho: algunos dicen que solo tiene sesenta, y otros lo extienden á ochenta. Llámanle el Rio de la Plata desde el paraje donde se junta con el Uruguay, corriendo con el nombre de Paran

La puerta principal da á un buen vestíbulo, circuido de columnas jónicas, que sostienen un grande arco, orlado de trofeos militares. Este vestíbulo conduce al patio que se llama de honor, cuya longitud no bajará de ciento cuarenta á ciento cincuenta varas, sobre setenta de latitud.

Primero: aseguró un buen negocio contratando cierto trabajo de impresiones y etiquetas con un afamado industrial; segundo: percibió una herencia de ciento setenta mil reales; tercero: se sacó un segundo premio de lotería, importando cinco mil duros. ¿Qué tal?

36 Y volvieron, y se lo dijeron. 1 Y tenía Acab en Samaria setenta hijos; y escribió letras Jehú, y las envió a Samaria a los principales de Jezreel, a los ancianos y a los ayos de Acab, diciendo:

El viejo Mandarín, en clase de Letrado, de miembro de la Academia de los Ilan-Lin, colaborador probable del gran Tratado de Khou-Truane-Chou, que ya tiene publicados más de setenta y ocho mil setecientos treinta volúmenes, era sin duda alguna sectario de la moral positivista de Confucio.

Será usted mi socio; le daré el cincuenta por ciento de las ganancias.... ¿No quiere?... Sea el setenta y cinco. Al ver que yo seguía avanzando escalinata arriba sin escucharle, se llevó un silbato á la boca. Su cara fué la de Sansón agarrándose a las columnas del templo. ¡Antes morir, que ver quebrada su casa! Sonó un estallido formidable, como si se rasgase el mundo.

Y el ciclone avanza, en ocasiones, desembozadamente, engalanándose en su vasta densidad con todas sus luces eléctricas. Hay momentos en que se anuncia por medio de chorros, de bolas de fuego. En el gran huracán acaecido en las Antillas en el año 1772, en que el mar subió setenta pies, en medio de la obscuridad de la noche, los cerros de la costa viéronse alumbrados por globos inflamados.

Y Carmen sonreía con una mueca dolorosa. Setenta y dos tardes de angustias, como un reo de muerte en la capilla, deseando la llegada del telegrama al anochecer y temiéndola al mismo tiempo. Setenta y dos días de terror, de vagorosas supersticiones, pensando que una palabra olvidada en una oración podría influir en la suerte del ausente.

Supo el mal, y tomóla y aderezó una melecina, y haciendo llamar una vieja de setenta años, tía suya, que le servía de enfermera, dijo que nos echase sendas gaitas.

Así murió Lope de Vega el 11 de agosto de 1635, á la edad de setenta y tres años. El amor y la admiración extraordinaria, que inspiraba este hombre eminente en todas las clases de la sociedad, se demostró por el sentimiento general que produjo en Madrid la noticia de su muerte, y después en todo el reino. Celebráronse funerales por espacio de nueve días.