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El padre estuvo sonriente y amabilísimo con ellos, y á Clarita le dió, como si no fuese ya una mujer, como si fuese una niña de ocho años, y con la respetabilidad que setenta bien cumplidos le prestaban, dos palmaditas suaves en la fresca mejilla, diciéndole: ¡Bendito sea Dios, muchacha, que te ha hecho tan buena y tan hermosa! Su merced me favorece y me honra contestó Clarita.

Isabel Pomar, viuda de Francisco Bonnin, negociante de oficio; natural y vecina de esta Ciudad, de edad de setenta y un años: reconciliada y presa segunda vez por judaizante relapsa; leyósele su sentencia con méritos y fue relajada al brazo seglar con confiscación de bienes por hereje, apóstata, judaizante, relapsa, convicta y confesa.

Esta belga de setenta tiros, dice uno, es capaz de acabar con una partida de negros. Ríase usted de pistolas automáticas, exclama otro; no hay arma más fija que esta. Y se pone á apuntar á derecha é izquierda con un Colt. Papá, yo tengo miedo!, grita un niño. El conductor interviene y todos los "escupe plomos" vuelven á sus fundas.

Aunque pueda esto verificarse algunas veces, no por eso se han de negar las inmensas ventajas que necesariamente debe traer consigo la frecuencia de estas relaciones. El natural de estos habitantes, indígenas todos ellos de la nacion apolista, y cuyo número no pasa de dos mil setecientos setenta y cinco, es el mas apacible, y dócil: amantes de los placeres, buscan ante todo las diversiones.

En 1830, la poblacion indígena de Exaltacion ascendia á dos mil setenta y cinco almas, y estaba dividida en ocho secciones: los Maisimaees, los Maidebochoquees, los Maidepurupiñees, los Mairoañas, los Maiauquees, los Maidijibobos, los Maimajuyas y los Maimorasoyas. El ganado vacuno llegaba, en el citado año, al número de once mil ciento seis, y el caballar á quinientas veintiseis cabezas.

Las dos grandes tiraban piedra de cada setenta libras; las otras como ribadoquines.

El otro día me echó una loa que ni aquellas con que los inditos te hicieron reir tanto en la fiesta de Xochiapan. La pobre Francisca está más vieja que yo, y ya es tiempo de ello; tiene largos los setenta y cinco, y ha trabajado mucho. Ya es fuerza que descanse.

A los cincuenta y ocho años de edad representaba tener setenta. Dentro de la casa no se le sentía. Paseaba por los corredores como un fantasma. Trascurrían los días sin que nadie le oyese el metal de la voz. Pero no se mostraba adusto con nadie. Una sonrisa dulce y triste vagaba constantemente por sus labios.

El pueblo compuesto de setenta y tres indígenas, en todo semejantes á los Atenianos, y que hablan la misma lengua, está situado cerca de la confluencia que forma el mencionado rio con el Tuyche, el cual es tan ancho en aquel punto, que es menester pasarlo en balsas: así es que los habitantes son muy útiles á los viageros y á los comerciantes, ocupándose en pasarlos de una banda del rio á la otra.

Desempeñó en su Orden los cargos más importantes; fué su cronista en Castilla la Nueva; doctor en Teología, y, por último, en 1645, prior del convento de Soria, y como tal debió morir en 1648, á la edad de setenta y ocho años.