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Ha llegado usted a su casa, señor parisiense me gritó de repente el conductor de la diligencia, y con la fusta apuntaba a mi verde colina, con el molino clavado en la cúspide como una mariposa gigantesca. Bajé del vehículo apresuradamente. De paso junto al amolador, intenté mirar más abajo de su gorro, hubiese querido verlo antes de marcharme.

Los primeros obreros que iban hacia su trabajo con las manos en los bolsillos, las verduleras que regresaban de los mercados empujando sus carretones, volvían la cabeza con interés, siguiendo este desfile de carruajes veloces, casi todos ellos con hombres en los pescantes al lado del conductor.

Empezó a resollar; una o dos veces tosió ligeramente, pero no disminuyeron su fuerza ni la velocidad de su carrera. A las tres había pasado la Red-Mountain y comenzaba el descenso hacia el llano. Diez minutos más tarde, el cochero de la rápida diligencia Pionner fue alcanzado y dejado atrás por un «hombre sobre un caballo pinto», según expresión del conductor.

¿A quién pediría socorro? «Deogracias» gritó llamando al portero. Felizmente, el portero estaba en la esquina de la calle de la Paz hablando con un conductor del coche-correo, y al punto oyó la voz de su señorita. En cuatro trancos se puso a su lado. «Deogracias... eso... que ahí suena... mira a ver...» dijo la señorita temblando y pálida.

Se había perturbado visiblemente el funcionamiento mecánico de su disciplina. Médicos y enfermeros corrían de un lado á otro dando gritos, profiriendo juramentos cada vez que llegaba un nuevo automóvil. Ordenaban al conductor que siguiese adelante, hasta otro hospital situado á retaguardia. Habían recibido la orden de evacuar el castillo aquella misma noche.

No se ve la escena, porque lo impide el humo de la cocina que sale á borbotones por el balconcillo, conductor único que para él hay en la casa. La mujer del tío Bolina está clavando unas rabas de pulpo en la pared de su balcón, para que se oreen.

Todo para el hijo que andaba por el extranjero paseando su casaca dorada, y para ella, que había de buscar un marido, los regateos y estrecheces. ¡Armonías de familia!... En algunos países de América, él y sus compañeros se lamentaban de que un conductor de automóvil o un encargado de hotel ganase mayor sueldo que un diplomático.

Es evidente que siendo nosotros seres mudables, y hallándonos en medio de otros que lo son igualmente, tendríamos la mayor confusion en nuestras ideas, si en ese flujo y reflujo de existencias que aparecen tanto en lo exterior como en lo interior, no se nos hubiese comunicado una suma facilidad para referirlas á medidas fijas, que nos sirviesen como de hilo conductor en ese laberinto de variaciones incesantes.

Quedeme sombriamente de pie con mi manta y saco de viaje bajo el brazo, contemplando la diligencia en marcha, y eché una mirada de despedida al galante conductor, que, colgado del imperial por una pierna, encendía su cigarro en la pipa de un postillón que corría. Después, me volví hacia el apacible hotel de la Templanza, en Wingdam.

Por dónde me iba conduciendo el empecatado mediquillo de Tablanca, me sería imposible decirlo ni aun con el plano del terreno a la vista. Alguna vez creí hallarme en un pedazo de senda recorrida días atrás en compañía de don Sabas; pero sin darme tiempo para salir de dudas, dejaba mi conductor aquel camino trillado y echaba por donde menos era de esperarse.