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Cuidaban de los enfermos con aquella asistencia que las circunstancias permitían; la falta de médico la suplían con enfermeros, que llamaban curusuyás, que a lo más sabían sangrar y aplicar algunos remedios que el padre le decía eran buenos, o a ellos les parecía lo eran.

Pero a pesar de estos propósitos, llegaba a su oído un lúgubre chapoteo de agua y las voces de ciertos hombres, que debían ser médicos y enfermeros, animando al picador. Este se quejaba con una rudeza de jinete montaraz, queriendo ocultar al mismo tiempo, por orgullo viril, el dolor de sus huesos quebrantados.

Cuidarla murmuró Francisca con irónica piedad. Pero esos hombres son tan detestables enfermeros... Es cierto dijo la abuela, que se debería vigilar escrupulosamente la salud de la mujer lo mismo que la del hombre en todos los matrimonios, y, en caso de incertidumbre, prohibirles una unión llena de peligros. ¡Cómo! exclamó asombrada. Ahora es la abuela partidaria del celibato... ¡Qué conquista!...

Médicos y enfermeros ocupaban varios carruajes de este convoy. Algunos pelotones de jinetes lo escoltaban.

Dice Matute en sus Anales que los chuchos estaban allí muy cuidadosamente asistidos y que se «separaban en los diversos departamentos, según el grado que advertían en su enfermedad», consignando también que para asistirlos se nombraron á seis enfermeros, prosiguiendo en tanto los doctores sus estudios para dar con el padecimiento y los medios de combatirlo.

Se había perturbado visiblemente el funcionamiento mecánico de su disciplina. Médicos y enfermeros corrían de un lado á otro dando gritos, profiriendo juramentos cada vez que llegaba un nuevo automóvil. Ordenaban al conductor que siguiese adelante, hasta otro hospital situado á retaguardia. Habían recibido la orden de evacuar el castillo aquella misma noche.

Eso no es fácil en París. Hablaré al mayordomo de mi amigo Sanglié. ¿Quiere usted que yo, por mi parte, le ayude también? Si le Tas tiene algún protegido que establecer, le tomaré de muy buena gana. Pero tenga usted en cuenta que lo que necesitamos es un hombre de confianza, un enfermero. Le Tas debe tener enfermeros; tiene de todo. Le Tas era la doncella de la señora Chermidy.

Veíanse combinados en esta conquista espiritual dos elementos de prosperidad: el hierro, que por vez primera se ponia en manos de los indígenas, y que llegó á ser la moneda corriente con que se ganaba á los hombres; y esa dulzura, esa paciencia con que se portaban los misioneros, á quienes sus variados conocimientos le permitian hacer al mismo tiempo, de médicos, de cirujanos y de enfermeros, curando indisposiciones y dolencias mortales como la disentería, etc.

Por la mañana, en la bahía de Río Janeiro, habían tenido que hacer esfuerzos los enfermeros para sostenerle en la cama. Quiso huir apenas notó la inmovilidad del buque. ¡Ya habían llegado a Buenos Aires! Y el panorama de la vecina ciudad entrevisto por un tragaluz al incorporarse en el lecho, había servido para aumentar su desesperación.

Pero lo raro fue que al aproximarse la muerte, reapareció de un golpe en su memoria todo el pasado, y los enfermeros le oyeron gemir noches enteras, murmurando en español, con una tenacidad de maniático: ¡Leonora! ¡pequeña mía!, ¿dónde estás?...