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Actualizado: 14 de julio de 2025
Mandáronle sangrar los médicos, y con la sangría se quedó muerto. Cabrera de Córdova noticia también la muerte en las Relaciones, pág. 143. Ill.^e S.^r Sup.^co a V. m. lo diga al S.^r nro. El Condestable, porq. no piense q. soy muerto, q. de otra manera no faltara mi fee a su serui.^o y amor. De V. m. Ant. Perez. Octobre 1602. Bibl. Nac. de París, Fr., 3.652, fol. 140. Colección Morel Fatio, núm.
Cayeron sobre él, rodeándolo, con las podaderas y las hoces en alto, mientras los otros espectadores huían, refugiándose en el teatro. ¡Ya tenían, por fin, lo que buscaban! Era el burgués, el burgués ahíto, al que había que sangrar, para que devolviese al pueblo toda la substancia que había sorbido... Pero el burgués, un joven robusto, de mirada tranquila y franca, les contuvo con un gesto.
Usted, dulce y querido poeta, nos mueve á sonreír con lo mismo que le hizo sangrar, y tiene usted el arte amable y doloroso de extraer de sus propios sufrimientos un placer para nosotros...» A los treinta y dos años Alberto Glatigny regresó al lado de su familia, pero ya la enfermedad de riñones que había de matarle le tenía cogido.
El descendiente del cosaco Lubimoff cambió de rostro, adquiriendo una fealdad salvaje. Su nariz pareció ensancharse aún mas. Levantó á su vez el látigo y tiró un golpe. Pero el coronel había metido su caballo entre los dos, recibiendo parte del fustazo en una mejilla, que empezó á sangrar. La vista de la sangre y la consideración de que el golpe era para ella enloqueció de cólera á la joven.
Y también recordaba lo de: «Algunas veces parecerá que Dios te deja, otras veces serás mortificado por el prójimo; y lo que es más, muchas veces te serás molesto a ti mismo». «Sí, el prójimo me mortifica, y yo mismo me molesto, me hago daño hasta sangrar el alma.... No sé lo que debo hacer, ni lo que debo pensar siquiera.
¿Qué hay? dijo éste acercándose é interrumpiendo una patriótica y barberil alocución que había comenzado. Que vaya usted en seguida á sangrar á don Liborio que está muy malito. Demonio de enfermo: mañana le sangraré. No puede esperar: vaya usted pronto exclamó el criado. Señores, ¿qué hago? preguntó el barbero á sus amigos. No vayas, Calleja: que se sangre él solo.
Otros muchos siguieron su ejemplo, y cayó sobre los desgraciados una granizada de proyectiles más sucios en verdad que mortíferos. Sin embargo, un tallo de berza lanzado con fuerza vino a dar en el rostro de María y la hizo sangrar por los labios.
Ella misma, sin darse cuenta, rompió el encanto: habiendo avanzado la mano sobre la mesa, en la órbita luminosa de la lámpara velada, irradiaron los fulgores del rubí de su anillo de novia y el ojo de Juan, atraído, vio como sangrar la mano de su amada. Con este simple juego de luz, la realidad entró de nuevo en su espíritu como dueña imperiosa, suscitando el recuerdo del novio.
Deseaba volver la salud al Padre; pero conocía que su situación era desesperada, que sólo un milagro podía salvarle, y él no creía en milagros. Humanamente, entre tanto, hizo cuanto pudo y supo. No quiso sangrar al enfermo porque le encontraba débil en demasía, pero le dio los medicamentos más enérgicos y conocidos para estos casos.
Cuidaban de los enfermos con aquella asistencia que las circunstancias permitían; la falta de médico la suplían con enfermeros, que llamaban curusuyás, que a lo más sabían sangrar y aplicar algunos remedios que el padre le decía eran buenos, o a ellos les parecía lo eran.
Palabra del Dia
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