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¡Oh sabio don Timoteo! ¿Quién me diera a hacer una mala oda para echarme a dormir sobre el colchón de mis laureles; para hablar de mis afanes literarios, de mis persecuciones y de las intrigas y revueltas de los tiempos; para hacer ascos de la literatura; para recibir a las gentes sentado; para no devolver visitas; para vestir mal; para no tener que leer; para decir del alumno de las musas que más haga: «es un mancebo de dotes muy recomendables, es mozo que promete»; para mirarle a la cara con aire de protección y darle alguna suave palmadita en la mejilla, como para comunicarle por medio del contacto mi saber; para pensar que el que hace versos, o sabe dónde han de ponerse las comas, y cuál palabra se halla en Cervantes y cuál no, la llegado al summum del saber humano; para llorar sobre los adelantos de las ciencias útiles; para tener orgullo y amor propio; para hablar pedantesco y ahuecado; para vivir en contradicción con los usos sociales; para ser, en fin, ridículo en sociedad sin parecérselo a nadie?

¿Está fuera? , después de almorzar ha salido y aún no ha vuelto. El joven se sentó en una silla que había delante del mostrador, apoyó el codo sobre éste y con la mano en la mejilla quedó sombrío y silencioso. Soledad, al cabo de un rato, le preguntó con amabilidad: ¿Hace mucho tiempo que no has visto á mi madre?

Dos lágrimas refrigerantes asomaron a los párpados de la Tribuna, rezumaron al través de las pestañas espesas, humedecieron la escaldada mejilla, y en pos vinieron otras, que se apresuraban desahogando el corazón y aliviando la calentura incipiente.... Al exterior, las ráfagas de la triste brisa de febrero silbaban en los deshojados árboles del camino y se estrellaban en las paredes de la casita.

Acercóse a su madre y la dió un beso en la mejilla, haciendo, mientras tanto, muecas maliciosas a su hermana, que Gonzalo no podía ver. Vaya, buenas noches dijo alargando a éste la mano. Buenas noches repuso él mirándola extático, con cierta especie de embelesamiento que no pasó inadvertido para la niña.

En todo caso, eso no es un motivo de risa respondíle bruscamente. Vamos, vamos, no nos enojemos. Y el cura aplicándome una palmadita en la mejilla, abrevió mi lección, me dijo que vendría al día siguiente y dirigiose a confiscar la llave de la biblioteca, que yo ignoraba conociese.

Muy otra debió de parecer a la desabrida marquesa su hija cuando ésta estrenó las primeras galas del hatillo que apresuradamente la hicieron al llegar a Madrid, porque se dejó oprimir entre sus brazos sin protesta, y hasta besar con estruendo en la mejilla.

Hubo unos instantes de silencio embarazoso. Raimundo apoyó el codo sobre la mesa, puso la mejilla sobre la mano y quedó pensativo y serio. Ella le observaba con el rabillo del ojo entre colérica y curiosa.

La hermana Lucidia lleva siempre la cabeza inclinada sobre el lado derecho, como si le pesase aquella vergüenza, como si procurase ocultarla o como si presentase la otra mejilla, pálida e intacta, a la adversidad de la agresiva providencia.

A veces el asunto de las chambras y de las tiras bordadas le conmovía tan profundamente, que sin poder contenerse, después de cerciorarse con rápida mirada de que nadie cruzaba por la calle, abrazaba a su esposa con efusión y le aplicaba un beso en la mejilla. Cierta noche se equivocó.

Decidme que apagaréis mis enojos y me amaréis de veras. ¡Ah! ¡Cuándo será que pueda llamaros mi esposa, mi Beatriz, mía! ¡toda mía! Su aliento buscó la mejilla cándida de la doncella. En este instante alguien nombró a Gonzalo de San Vicente y Beatriz oprimiole la mano para que le dejase escuchar.