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Actualizado: 25 de junio de 2025


Después, sangrándole la mejilla, pero apuesto y gallardo siempre, moviéndose en la silla con la facilidad y maestría de costumbre, me saludó; se inclinó también hacia la joven campesina, que se había acercado fascinada; y con un ademán se despidió a su vez de Tarlein, que habiéndose puesto a tiro levantó el revólver y disparó.

El padre estuvo sonriente y amabilísimo con ellos, y á Clarita le dió, como si no fuese ya una mujer, como si fuese una niña de ocho años, y con la respetabilidad que setenta bien cumplidos le prestaban, dos palmaditas suaves en la fresca mejilla, diciéndole: ¡Bendito sea Dios, muchacha, que te ha hecho tan buena y tan hermosa! Su merced me favorece y me honra contestó Clarita.

El contramaestre, hombre de unos cincuenta años, envuelto en un largo gabán oriental, se paseaba por el puente con un aire agitado, y la protuberancia que se notaba en su mejilla izquierda anunciaba, por su excesiva movilidad, que mordía su chicote con furor.

San Pedro, que estaba a la puerta, le dijo que colara; pero él respondió: «Yo no entro si no entra mi padrino conmigo.» «¿Y quién es tu padrino?», preguntó el santo. «Un capitán de bandoleros», respondió el niño. «Pues, hijo continuó San Pedro , puedes entrar; pero tu padrino, noEl niño se sentó a la puerta, muy triste y con la mano puesta en la mejilla.

Al dar la vuelta de proa, entre el salón y el balconaje de avante, donde era menos viva la luz y nadie podía verles de lejos Fernando la atrajo a él, abandonó su brazo para envolverle el talle con rudo tirón, y la besó impulsivamente, al azar, en una mejilla, en la nariz, allí donde pudieron posarse sus labios.

Al verle aproximar, Germana dijo a la viuda: Preciso es, señora, que la pasión la extravíe, pues hace una hora que está reclamando al niño, y todavía no se le ha ocurrido besarlo. El marqués presentole la mejilla sin el menor entusiasmo, y dijo a su terrible madre, en esa media lengua propia de los niños de su edad: Señora, ¿qué le dices a mamá?

Huir, , y no volver a poner los pies en aquella casa ni en parte alguna donde pudiera tener tales encuentros... Salió sin hacer ruido, deslizándose, y al pasar frente a la puerta, miró y la vio allá dentro, al extremo del largo pasillo, que parecía un anteojo. La veía de perfil, la mano en la mejilla, muy pensativa, y Jacinta no la veía a ella.

Y ocurrió, que estando un día la princesa apoyada de codos en la baranda de ágata que dominaba aquel campo de colores vivos y movibles, vio una flor sencillísima, blanca y ligeramente sonrosada como mejilla pudorosa, que había brotado espontáneamente sin costar una gota de sudor ni un hilo de agua.

Interrumpió ella su contemplación del panorama al sentir los labios de Ferragut que intentaban acariciar su cuello. ¡Quieto, capitán!... Ya sabe usted lo que hemos convenido. Recuerde que he aceptado su convite con la condición de que me dejará en paz. Permitió que el beso se pasease por su mejilla, llegando hasta su boca. Esta caricia estaba ya aceptada: tenía la fuerza de la costumbre.

Al cabo concluyó por reirse. ¡Pero esto es estúpido! ¿Qué mosca os ha picado? Y acercándose con decisión a Socorro, le dió un beso sonoro en la mejilla. Besémonos, hija, porque si no temo que a estos chicos simpáticos les un ataque de nervios. La Socorro le pagó el beso con otro más tímido, manifestándose reservada y circunspecta.

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