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Actualizado: 25 de junio de 2025


Mira, Quilito, que no seremos amigos, si no dejas ese tema; ya sabes cuánto me desagrada. ¡Oh! tiíta Silda... ¡pues no faltaba más! Estampó un beso sonoro en la lustrosa mejilla de la señora, acompañado de cariñosos palmoteos en la espalda. Eres un loco, ¿cuándo sentarás el juicio?

El calorcillo que aún sentía en la mejilla atestiguaba de este señorío y de su vasallaje. ¡Toda la vida, toda la vida su esclava!... Velázquez, al cabo de un rato, se asomó á la puerta del cuarto, diciendo con tono rudo: Ea, niña, basta de lloriqueo, que la tienda está sola.

»Alborotáronse todos con el desmayo de Luscinda, y, desabrochándole su madre el pecho para que le diese el aire, se descubrió en él un papel cerrado, que don Fernando tomó luego y se le puso a leer a la luz de una de las hachas; y, en acabando de leerle, se sentó en una silla y se puso la mano en la mejilla, con muestras de hombre muy pensativo, sin acudir a los remedios que a su esposa se hacían para que del desmayo volviese.

Eran bebés que habían vivido en las casas de los ricos, y con una mejilla rota o faltos de una pierna esperaban en el Rastro su segunda campaña, ofreciéndose a la niñez pobre, a los pequeñuelos de la miseria, obligados a buscar su alegría en este estercolero.

Ester se había amaestrado por largo tiempo en el arte de sufrir en silencio: jamás respondía á estos ataques, sino con el rubor que irresistiblemente enrojecía su pálida mejilla y después desaparecía en las profundidades de su alma.

Una noche, en que Jacobo la había maltratado, después de una de sus violentas y frecuentes querellas, la vi arrodillarse así delante del sillón en que su amante estaba recostado. En aquel momento me parecía verla con los codos en los brazos del sillón y la mejilla apoyada en las manos cruzadas, dirigiendo á Jacobo una sonrisa tierna y suplicante.

Entonces, al sentir la mano de la profesora en la mejilla, había perdido la razón, cogió un taburete y se lo zampó sobre la cabeza. «¡Qué susto, chiquillo, al verla con la cara llena de sangreSe precipitó a socorrerla, limpiándola con el pañuelo, lavándole la herida, y, llorando como una Magdalena, se arrojó a sus pies, pidiéndole perdón.

Lionel se limpió la sangre de una mejilla, y luego miró á su esposa con aquellos ojos de niño abandonado é implorante. ¡Oh, mi rey! gritó ella, refugiándose en sus brazos . ¡Pobrecito mío!... Perdóname; soy una loca. No te abandonaré nunca. Y durante todo el día, Gould conoció la más amorosa y sumisa de las mujeres.

Tus perros, linda cazadora, han descubierto este par de piezas... ¡Tira, tira sobre ellas! exclamó don Germán riendo. ¡Fuego! respondió la joven acercándose a él y dándole un beso en la mejilla. Dispara el segundo. Mira que la otra pieza se escapa. Clara se ruborizó. Aunque se escape volverá de nuevo al tiro como las palomas torcaces.

El viejo médico enjugó una lágrima que rodaba por su mejilla. «¡El buen muchachomurmuró. «¡Cómo remolinean los sentimientos en su cerebro acalorado, y qué franqueza en todo esto, qué rectitud en la menor palabra! Verdaderamente, es muy digno de ti, mi buena y noble niña: es el único a quien yo te daría con placer. Y ahora voy a ver si también tienes confianza en el viejo tío.

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