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El viejo médico enjugó una lágrima que rodaba por su mejilla. «¡El buen muchachomurmuró. «¡Cómo remolinean los sentimientos en su cerebro acalorado, y qué franqueza en todo esto, qué rectitud en la menor palabra! Verdaderamente, es muy digno de ti, mi buena y noble niña: es el único a quien yo te daría con placer. Y ahora voy a ver si también tienes confianza en el viejo tío.

Oyó el ruido del coche que rodaba por la calle abajo, y aún lo vio pasar por delante con tan rápida vuelta que por poco la arrolla. «¡Eh!...» gritó el cochero, y la señora de Rubín dio un grito, saltando hacia atrás... ¡Qué susto, pero qué susto, Señor!... Siguió hacia la Puerta del Sol, dándose cuenta de aquel miedo intensísimo que había sentido y preguntándose si en él había también algo de vergüenza.

Cuando la llegada de D. José María el boticario y de Osuna dio la señal de disolverse la tertulia, aún rodaba este pensamiento por su cerebro en busca de forma. La noche seguía encapotada y triste. El cielo dejaba caer con pertinacia una lluvia menuda y fría.

Buscó la puerta, tropezó mil veces; ya sin tino, todo lo echaba a tierra; sonaba sin cesar el ruido de algo que se quebraba o rodaba con estrépito por el suelo. Llegó Petra con luz. ¡Señora!, ¡señora! ¿qué es esto? ¡Ladrones! ¡No, calla! Ven acá, quítame esto que me oprime como unas tenazas. Ana estaba roja de vergüenza y de ira.

La cabeza se me caia, y todo rodaba en torno mio, como si me hallase en alta mar. Pocas veces me he visto asaltado de un malestar que más me afligiese. Mi mujer lo conoció inmediatamente, y cogidos del brazo, empezamos á bajar la escalera, detrás de la criada. Aquello era el descenso de la cruz, pero siquiera era el descenso. El equipaje quedó en las alturas.

El carruaje rodaba por la carretera desierta al través de los campos esclarecidos por la luz de la luna. Las nubes volaban también dispersas por los aires. El viento mugía sordamente a lo lejos. Los árboles comenzaban a agitar sus penachos. Ya se divisaba el cercado de la Granja. Luis inclinó la cabeza para despertar a la niña; pero al darla un beso sintió en sus labios el frío de la muerte.

Mientras rodaba el coche se me iba ocurriendo que podía no ser verdad que las ausencias de Ángel de mi casa consistieran en lo que decía el anónimo; mas como para aclarar la duda se necesitaba un trámite, no corto, y no andaban mis asuntos para prodigar el tiempo en lujos de preliminares, y si lo del anónimo no era la pura verdad, podría serlo, lo sería a la hora menos pensada, lo que yo iba a hacer hecho estaría, y eso tendríamos adelantado. ¡El anónimo!... Pero ¡de quién era la mano que le había escrito?

Rodaba ya el coche por las calles de Villarreal, atravesó el puente que separa a esta villa de Zumárraga y se detuvo frente a la estación, entre varias diligencias y coches desenganchados, a la puerta de una conocida fonda, cuyo extenso comedor se abre a la plaza misma, en la planta baja.

No obstante la pérfida insinuación de su mujer, monsieur Jaccotot se compadeció de aquella criatura... ¿Qué culpa tenía la pobrecilla?... La trajo a América, mientras la mala madre rodaba por esos mundos, y la educó como si fuera de su sangre... Sentíase orgulloso y amábala como si fuera de su sangre... ¿No era esa Silvia la única sonrisa que él recogiera de la vida?...

Necesitaba dar órdenes, pelear con alguien. Pero la flojedad de sus piernas le empujó hacia el hotel, y se dejó caer de bruces en la cama, mientras rodaba por tierra su sombrero, contento de la grave tiesura con que había llegado hasta su cuarto sin llamar la atención de la servidumbre.