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Actualizado: 21 de julio de 2025
El padre Mateu había conocido a Diógenes muy pequeñito, en el Colegio de Nobles, y enterado de que se hallaba moribundo en Zumárraga, pidió permiso al superior para ir a auxiliarle; negóselo este, temeroso de que en su edad avanzadísima le costara aquella obra de caridad la propia vida, mas el anciano instóle con tanto afán, suplicóle con tal ahínco, asegurándole con convicción tan profunda que Dios le había conservado ochenta y seis años sólo para aquello, que el superior no pudo menos de darle gusto.
Currita salió a su encuentro, andando lentamente, diciendo con mucha displicencia: ¿Sabes que me encuentro mala... y sería lo mejor dejarlo?... Creyéronla todos, porque aparecía su rostro pálido y alterado, y decidióse entonces salir al punto para Zumárraga y descansar allí en la fonda una hora larga, antes de que el tren llegase.
Formando ángulo recto con el Real Colegio de Loyola, hay otro edificio construido en la misma época, que llaman la Hospedería; allí suelen albergarse los viajeros que acuden a visitar el santuario, y allí pensaba Currita partir la jornada, deteniéndose a comer, descansando un par de horas y prosiguiendo su camino hasta Zumárraga, para alcanzar el tren expreso para Madrid, que pasaba a las cinco y media.
Mientras tanto, enviábale el cielo un auxilio inesperado en aquel mismo coche en que su desasosegada imaginación fantaseaba huir del Juez Supremo; en él volvía de Zaldívar, cuyas aguas medicinales tomaba todos los años, la marquesa de Villasis, con su nieta Monina, el aya de esta, una doncella, un mayordomo viejo que la acompañaba en todos sus viajes y un criado antiguo que venía en el pescante; era su idea alcanzar el sudexpreso que pasa por Zumárraga a las dos y media y estar en Madrid aquella noche misma.
En el momento de partir el tren Clara se abrazó a ella. ¡Que Dios te proteja! Hasta pasado mañana. ¡Hasta nunca, quizá! murmuró Elena sepultándose en su berlina. Se detuvo en Zumárraga toda la mañana, pues el tren no partía para Anzuola hasta las tres de la tarde. Pasó aquellas horas en el abatimiento y la indecisión.
Rodaba ya el coche por las calles de Villarreal, atravesó el puente que separa a esta villa de Zumárraga y se detuvo frente a la estación, entre varias diligencias y coches desenganchados, a la puerta de una conocida fonda, cuyo extenso comedor se abre a la plaza misma, en la planta baja.
A la otra mañana, cuando después de la solemne misa de réquiem que hizo celebrar la marquesa en Zumárraga, volvió el jesuita a Loyola, oyó que las campanas de la iglesia tocaban también a muerto... Había fallecido aquella noche el padre Mateu; encontráronle al amanecer ya frío, tendido en su lecho.
Don Germán Reynoso habitaba en aquel momento una aldea de Guipúzcoa llamada Anzuola, próxima a Zumárraga. Saliendo aquella misma noche, por la mañana temprano llegaría a este punto y de allí podría trasladarse a Anzuola rápidamente. Era necesario preguntar por don Ricardo Vázquez, su segundo nombre de pila y su segundo apellido, pues así se hacía llamar desde que había salido de Madrid.
El miguelete que cobra el portazgo en lo alto de la cuesta de los Meagas aseguró formalmente a José Ignacio Bernaechea que jamás había cruzado de San Sebastián a Zumárraga un coche más elegante, ni unos caballos más hermosos, ni unas gentes más locas.
Resonó en aquel momento a su espalda la voz de Jacobo, y apresuróse a esconder prontamente en el bolsillo de su falda la malhadada carta. Jacobo reunía a su grey, porque iban ya a dar las dos y media, y a poco que se detuvieran en la visita a Loyola podrían llegar a Zumárraga demasiado tarde.
Palabra del Dia
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