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-Aquí vive -repondió la niña- un caballero de ese nombre, pequeño de cuerpo. Y, por las señas, dije yo que era él, y las supliqué que le dijesen que Diego de Solórzana, su mayordomo que fue de las depositarías, pasaba a las cobranzas y le había venido a besar las manos. Con esto me fui y volví a casa de allí a un rato.

De modo, señora, dijo el capitán, que debo ordenar á mi mayordomo que prepare otro camarote, además de los que Vd. ha contratado.

Laura se cercioró aún más de su tristeza, y poniéndole una mano sobre el hombro, le dijo con mimo: Vamos... díme, querido, ¿qué tienes? El mayordomo dió todavía algunos pasos sin contestar. Una lágrima tembló en sus negras y largas pestañas, y bajó rodando silenciosa por la mejilla. Laura al verla exclamó con sobresalto: ¿Qué es eso? ¿Por qué lloras? Porque no me quieres.

Al tirar por la ropa hacia arriba, los dedos de la condesa rozaron la boca del mayordomo, el cual dejó escapar un beso tímido sobre ellos. Laura quitó rápidamente la mano, se puso colorada y continuó, sin decir palabra, arreglando la cama. Al día siguiente sólo asomó la nariz por la puerta para preguntarle cómo seguía, y se fué sin entrar en conversación.

No ha tomado el camino de Canzana: yo mismo le he visto seguir el de Villoria. La joven se puso roja como una amapola y con semblante airado respondió encarándose con el mayordomo: Á no me importa el camino que toman los demás. Eso queda para usted que pasa la vida fisgando cuanto entra y cuanto sale y averiguando lo que hay y lo que no hay.

El semblante del mayordomo expresaba una melancolía grave y profunda que su pareja no echaba de ver, á juzgar por el tono indiferente que imprimía á las palabras que de vez en cuando cruzaba con él. Pocas eran las que habían salido de los labios de Pedro en la media hora que llevaban de camino.

por cierto: que vuesa merced se venga conmigo á palacio, para lo cual he traído una litera y algunos tudescos añadió el gentilhombre. ¡Cómo! ¡que vaya yo ahora mismo á palacio! ¿pues que, está enfermo su majestad? No, señor. ¡Ah! ¿y quién os envía? El mayordomo mayor; pero ese pliego dirá á vuestra paternidad, sin duda, lo que yo no le puedo decir. Veamos.

Supo, pues, don Diego y el mayordomo el caso, y enojáronse conmigo de manera que obligaron a los huéspedes que de risa no se podían valer a volver por . Preguntábame don Diego qué había de decir si me acusaban y me prendía la justicia.

San Juan era uno de los propietarios del lugar, registrado en los libros del ayuntamiento como otro vecino cualquiera. Tenía dos prados de regadío, bastante buenos, que arrendados á un colono producían una renta anual de doscientos reales, renta que cobraba su mayordomo, llevando en un libro especial una cuenta corriente con el santo.

En la Tablada lo había dejado todo: armas, jefes, soldados, reputación; todo, excepto la rabia y el valor. Antes de la expedición a Córdoba las relaciones entre ambos jefes de la provincia, gobernador nominal y caudillo, el mayordomo y el señor, habían aparecido resfriadas.