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Actualizado: 20 de julio de 2025


Tanto llegó a fastidiar a los pulperos de la esquina del Arzobispo, esquina de Palacio, esquina de las Mantas y esquina de Judíos, que encontrándose éstos un día reunidos en Cabildo para elegir balanceador, recayó la conversación sobre el mayordomo don Julián de Córdova y Soriano, y los susodichos pulperos acordaron no venderle más huevos.

Retiróse mohino el padre, fuése donde Ribera, ajustó con él cuentas, y halló que el chamalote y el paño importaban un dineral, pues el mayordomo había pagado sin regatear. Al otro día, y después de echar cuentas y cuentas para convencerse de que en el traje habrían podido economizarse dos o tres duros, volvió Godoy donde el arzobispo y le dijo: Vengo a pedir a su ilustrísima una gracia.

No se descubrirá continuó Isidro , porque acabo de dar al mayordomo mi palabra de honor de no ocuparme más de mi vecino ni curiosear en el camarote inmediato.

La ceremonia fue muy triste: el padre Ambrosio nos dio la bendición, mi administrador general y mi mayordomo fueron nuestros testigos. Nadie más asistió. Después de esto, Amparo quedó sola conmigo. Yo estaba sobrecogido. No sabía hasta qué punto era grave el paso que acababa de dar. Y la gravedad de este paso no me asustaba por ; me asustaba por ella.

Enorme mitra ilusoria, resplandeciente de amatistas y topacios, se encendía y apagaba, y volvía a encenderse a sus pies, sobre las losas obscuras. Probando apenas algunos bocados, Ramiro dejó secretamente su casa, ya entrada la noche. Había escogido su daga más fuerte y la espada que le diera don Rodrigo del Aguila, el mayordomo de la Emperatriz.

-A vuestra señoría -respondió el mayordomo-, que en esta ínsula no ha entrado otro Panza sino el que está sentado en esa silla.

Porque es hora ya de manifestar, aunque con la debida reserva, que el mayordomo de D. Félix había perdido bastante de su prístina fortaleza en el comercio de las bellas, según se aseguraba. Tenía las piernas temblonas y estaba más averiado que un visir. ¡Ea! ya está formado el montón.

Rara vez entraba allí Perucho; su abuelo acostumbraba echarle para que no sorprendiese ciertas operaciones financieras que el mayordomo gustaba de realizar sin testigos.

4 Saliendo ellos de la ciudad, que aún no se habían alejado, dijo José a su mayordomo: Levántate, y sigue a esos hombres; y cuando los alcanzares, diles: ¿Por qué habéis vuelto mal por bien? Habéis hecho mal en lo que hicisteis. 6 Cuando él los alcanzó, les dijo estas palabras. 7 Y ellos le respondieron: ¿Por qué dice mi señor tales cosas? Nunca tal hagan tus siervos.

Al día siguiente al del acuerdo presentóse don Julián en una de las pulperías, y el mozo le dijo: No hay huevos, señor don Julián. Vaya su merced a la otra esquina por ellos. Recibió el mayordomo igual contestación en las cuatro esquinas, y tuvo que ir más lejos para hacer su compra.

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