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«yten quel mayordomo sea obligado a coger vn alferez que sea hombre blanco e no negro el más alto del cuerpo que se pudiese aver que vaya bien vestido a vso de alferez «para que lleue el pendon» e lleue vna espada morisca ceñida como es vso e costumbre otros años e sea obligado el mayordomo á coger dos trompetas e que no sean negros sino hombres blancos que sean muy buenos ofiçiales e los coja desde el día que se arrematase la fiesta en ocho días e si non los cojiese dentro en los ocho días de al alcalde quatro ducados para que los coja el alcalde dende que se rematase la fiesta en quince dias e estas trompetas las trayga el mayordomo á casa del alcalde la bispera de la fiesta de mañana «para descojer el pendon» y tengan toda la fiesta delante del ofiçio hasta bolber al espital».

Como que no; ese caballero anciano que usted dice, y que también ha venido por aquí, debe de ser el mayordomo u cosa tal, de otro más joven, que es quien ha puesto el cuarto.... por cierto que ahora lo quita. ¡Cómo que lo quita! Quitándolo y llevándose los trastos. Ya me olí yo que se trataba de una trapisonda, vamos, de un señor arrimao con una señora.

Entre tanto el alcaide de palacio y el mayordomo mayor del rey, á quien se había dado parte de lo acontecido en el aposento del cocinero mayor, hacían extender testimonio á un escribano de cómo: «El día 17 de Diciembre de 1610, llamado, etc.

Durante los primeros días, el respeto y la veneración tenían cohibido al mayordomo en presencia de su señora y le obligaban, contra su natural, á mostrarse tímido y reservado. Vino después un período de confianza del cual hemos visto ya una muestra en la excursión á la romería. Su carácter franco y enérgico concluyó por sobreponerse al espíritu infantil de la condesa.

En efecto, uno de estos animales de pintada piel había asomado primero la cabeza al ruido de la conversación por entre dos piedras, y no tardó en salir todo él, quedando inmóvil, según su costumbre. ¡Ah maldito! gritó el mayordomo arrojándole una piedra con todas sus fuerzas. ¡No escucharás más tiempo! La piedra cayó sobre el lomo del animal, partiéndolo en dos.

El arca de hierro donde está el dinero de don Juan la tiene el mayordomo mayor del rey, y me será entregada, según me han dicho, para que yo responda de ella á su dueño. Además, ese bribón de sargento mayor que había llegado á inquietarme, ha muerto.

Así como el mayordomo lo había predicho, no se habían pasado diez minutos cuando la niebla comenzó á enrarecerse, convirtiéndose en una gasa sutil que dejó percibir en vagorosa indecisión las peñas y los arbustos. Sintieron en el rostro calor, como si se aproximasen á un horno, y observaron que el leve vapor que aún los envolvía se agitaba.

Finalmente, por abreviar el cuento de mi perdición, digo que yo rogué y pedí a mi hermano, que nunca tal pidiera ni tal rogara...» Y tornó a renovar el llanto. El mayordomo le dijo: -Prosiga vuestra merced, señora, y acabe de decirnos lo que le ha sucedido, que nos tienen a todos suspensos sus palabras y sus lágrimas.

Pero, como los minutos eran contados, nombré al azar a un viejo mayordomo que me había demostrado siempre más afecto que nadie. El tiempo transcurría. Lo mismo que antes, los días sucedían a los días, y sin embargo, ¡cuán nuevo y particular se había vuelto el mundo para !

¿Tampoco, eh?... ¡Pues, entonces estará enfermo!... Y luego de quedarse un rato pensativo, me dijo con una dulzura infinita: ¡Es lástima!... Mañana tengo que ir a la Con valecencia... ¿sabe?... porque me va a dar el ata que, y... ¡Caramba!... el mayordomo me dijo que me pagaría el tramway porque está lejos y no puedo caminar. Si quiere... ¡tome!