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Por las mañanas, la tertulia era en casa del zapatero que enseñaba los gigantones, un hombrecillo amarillento y enfermo, con eternos dolores de cabeza que le obligaban a llevar varios pañuelos arrollados a guisa de turbante. Era el más pobre de las Claverías.

En su reinado resplandeció con gloria la caballería romántica, y se realzó su brillo con la institución de la orden de la Banda, cuyos estatutos obligaban á todos los nobles . Torneos y magníficas fiestas se sucedían sin interrupción en la corte de este monarca. A pesar de esto, no se halla noticia alguna de su reinado, relativa á los progresos que le debiera el drama propiamente dicho.

Segun las bases de la capitulacion los españoles se obligaban á entregar los paises aun dominados por ellos en el Alto y Bajo Perú y los vencedores á respetar las vidas y haciendas de los vencidos y de sus partidarios, costeando además el viaje á la península á los individuos del ejército que asi lo solicitasen.

Maldecía allí a las nuevas invenciones, que le obligaban a vivir continuamente preocupado en el saneamiento económico de su casa, cuyas deudas estaban todavía a medio amortizar.

No; la sociedad no era un ejército; era más bien un rebaño triste y manso, que los malos pastores obligaban a pastar en campos de desolación, reservándose para ellos las mejores tierras. Los lobos de la desgracia rondaban en torno de él, arrebatando las reses más débiles, las que marchaban a la cola. Te digo, Isidro continuó , que soy otro, y que cada día pierdo algo de mis creencias.

La cruz llevaba en su tablilla la indicación de que la tumba contenía alemanes, y á continuación un número: 200... 300... 400. Estas cifras obligaban á Desnoyers á realizar un esfuerzo imaginativo.

¡Qué pequeños y miserables conceptuaba, comparados con él, al estudiante de primer año que debía servirle de amanuense y que era un comprovinciano suyo y al gallego Manuel que le servía de mandadero! Ambos no le llamaban sino el doctor, como obligaban las tablillas que tenía a la puerta, y le halagaba que no le olvidaran el título ni aun en la más insignificante emergencia de la vida.

En los primeros días de su estancia en la torre, como las necesidades de la instalación le obligaban a ir a la ciudad, conservó su traje; pero poco a poco prescindió de la corbata, del cuello de camisa, de las botas. La caza le hizo preferir la blusa y el pantalón de pana de los payeses. La pesca le aficionó a marchar con los pies desnudos dentro de unas alpargatas por playas y peñascos.

Los múltiples quehaceres de la casa la obligaban a cada momento a interrumpir la conversación y marcharse. Por último se decidió a sentarse en una mecedora, diciendo: De aquí no me levanto ya lo menos en un cuarto de hora... Digo, a no ser que uté quiera quedarse solo...

Tras los árboles y las casas que cerraban el horizonte asomaba el sol como enorme oblea roja, lanzando horizontales agujas de oro que obligaban á taparse los ojos.