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No esperó la respuesta el P. Provincial, sino que se puso luego en camino hacia el Mamoré, acompañado del P. Zea, que después de cinco meses de trabajosas Misiones en aquellos desiertos, se ofreció á servirle de guía; y lo que causa más admiración es que estaba resuelto, si no estuviese pronto el barco del P. Arce, á hacer algunas canoas y conducir en ellas al P. Vice-Provincial hasta la Asunción, por medio de tantos peligros y enemigos.

Algún día ¿llegarían a entenderse? ¿Querría doña Ana abrirle de par en par el corazón? El Magistral conocía una especie de Vetusta subterránea: era la ciudad oculta de las conciencias. Conocía el interior de todas las casas importantes y de todas las almas que podían servirle para algo.

Las pasiones han sido dadas al hombre como medios para despertarle y ponerle en movimiento, como instrumentos para servirle en sus acciones; mas no como directoras de su espíritu, no como guias de su conducta. Se dice á veces que el corazon no engaña; ¡lamentable error! ¿qué es nuestra vida sino un tejido de ilusiones con que el corazón nos engaña?

Dimmesdale, así como las damas casadas y las jóvenes y bellas señoritas, sus feligreses, le instaron para que se aprovechara de la habilidad del médico, que tan generosamente se había ofrecido á servirle. El Sr. Dimmesdale, rehusó con dulzura sus instancias. No necesito medicina, dijo.

Pareceme que le veo: En que estraño trage viene! Quien con feos se entretiene No es mucho que venga feo: Será acertado seguirle? Acertado me parece Por si acaso se le ofrece Algo en que poder servirle.

Tomé la pluma y escribí: «Si el señor Licenciado Castro Pérez se digna recibirme en su casa, procuraré servirle con toda fidelidad». Me acerqué al abogado, llevando la hoja y la bujía. Mi hombre se acomodó en su poltrona, se compuso con ambas manos las gafas, y leyó lo escrito. ¡Bien! ¡Bien! ¡Bien! ¡Conforme!

D. Fadrique determinó, pues, aguardar con calma, sin dejar de estar á la mira. Al mismo P. Jacinto no le insinuó ningún aviso que pudiera servirle de regla de conducta. Se fió por completo, de su buen natural, y le dejó seguir libremente sus propias inspiraciones. La prudencia del Comendador se vió coronada del éxito al cabo de pocos días.

Yo Le respondí que tuviera Á dicha poder servirle: Breve y bastante respuesta. 200 Dijo que el Duque sabía Su calidad y nobleza; Que le enseñase la carta, Ó que era mía la afrenta De la disculpa engañosa. 205 Yo, por quitar la sospecha, Saqué la carta del pecho, Y turbado leyó en ella Estas razones, María. Quien tal mostró, que tal tenga. 210

Pues sacarle las tripas al aire a ese pendejo respondió Fabricianito con la misma calma y acento meloso que si ordenara servirle una limonada. Toma el fierrito, niño. Fabricianito no se hizo esperar y echó mano al cuchillo. Federiquito hizo otro tanto.

Febrer, con la rápida visión que acompaña al ahogado y al moribundo en sus últimos instantes, visión en la que se concentran los fugitivos recuerdos de toda la vida anterior, pensó en su juventud, cuando tiraba a la pistola en el jardín de Palma tendido en el suelo y fingiéndose herido, como un ensayo de ilusorios encuentros. Por primera vez iba a servirle esta caprichosa precaución.