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Subimos un piso, seguimos el corredor de los cuartos de los artistas y nos detuvimos ante una puerta á la que nuestro guía llamó discretamente, diciendo: ¿Se puede, mi querida miss Hawkins? ¿Quién está con usted? preguntó desde el interior una voz que no era la de la cantante. El señor Pector y dos amigos suyos. Que pasen.

En la mayor parte de sus obras, sobre todo en las que más nos maravilla, este cálculo y esta reflexión se nos presenta como guía y regulador de su actividad poética; modera y refrena los vuelos de su fantasía, sin menoscabar en lo más mínimo el carácter poético de su inspiración, ni perjudicar tampoco en nada á la libertad y al movimiento de la vida dramática; pero en otros dramas, no escasos en número, observamos con sentimiento los efectos lastimosos de esa reflexión y de ese cálculo extremado, hasta el punto de que, ciertas cualidades especiales, ó, más bien dicho, menos dignas de alabanza de la poesía de Calderón, pueden calificarse de resultado necesario de este trabajo reflexivo exagerado.

¡Toma!, también latín; pero mi señora madre mandó que no me atarugasen la cabeza de latín, puesto que no era necesario; y por último, D. Paco dijo que con saber un poquito de Musa musæ bastaba. ¿Y qué libros ha leído usted? Nada más que la Guía de Pecadores, donde está aquello del Infierno.

Abandonar pues la religion católica, será abjurarlas todas; será tomar el partido de vivir sin ninguna; dejar que corran los años; que nuestra vida se acerque á su término fatal, sin guia para lo presente, sin luz para el porvenir; será taparse los ojos, bajar la cabeza, y arrojarse á un abismo sin fondo. La religion católica nos ofrece cuantas garantías de verdad podemos desear.

Una mañana la pobre vieja, que solía retrasarse en el pago de la licencia municipal del puesto de legumbres, fue llevada a la prevención y, de resultas, tomó tal sofocón, que murió a las pocas horas, viniendo el chico a quedar en la calle, sin más amparo que Dios, con la travesura por instinto y la ignorancia por guía.

Confiados al guía y al notable instinto de los caballos, tras algunos dilatados campos de palay y varios grupos de calumpang, desapareció todo camino ante la compacta barrera de cogonales que se extendía á nuestra vista.

Mis únicos compañeros de vagón son dos jóvenes franceses de Marsella, recién casados, que van a pasar una semana en Londres, como viaje de boda. No hablan palabra de inglés, no tienen la menor idea de lo que es Londres, ni dónde irán a parar, ni qué harán. Victimas predestinadas del guía, su porvenir me horroriza.

Estos obraban á su entero albedrío en dar por cómplices en la traicion á cuantos querian: estos confiscaban los bienes sin tener los oidos abiertos á los descargos que pudieran traer en su defensa los acusados; i estos en fin encaminaban todos sus pasos, llevando por guia, cuando no el odio á los hebreos, la codicia de apoderarse de sus bienes.

Despues volvía á reinar el silencio, cuando no lo interrumpía por momentos el canto melancólico y gutural de nuestro guia, y, caminando con recogimiento, nos creímos errantes en un mundo enteramente salvaje.... ¡Error! á nuestro lado, por encima de nuestras cabezas, iba tambien de árbol en árbol, escondiéndose bajo las ramas, un compañero, un espíritu invisible, que acaso nos iba diciendo algo al oído sin que pudiésemos percibir su admirable lenguaje ni adivinar su pensamiento. ¿Quién era ese misterioso compañero?

De pronto mi guía se paró delante de una puerta, la que abrió con su llave, y me encontré dentro de una diminuta y desnuda celda, sin alfombra, cuyo mobiliario se componía de una cama de ruedas, una silla, una mesa-escritorio y un estante de libros bien provisto. En la pared había un gran crucifijo de madera, delante del cual se persignó al entrar. Esta es mi casa explicó en inglés.