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Les ayudaré lealmente, señor de Tragomer, y si hay quien tiene algo que ocultar, peor para él. Lo primero es defender á las personas honradas. Cuando Jacobo de Freneuse se presente, dijo Cristián, mire usted bien á Jenny Hawkins y á Sorege. Por muy dueños que sean de mismos, nos entregarán su secreto por el extravío de sus ojos y la palidez de sus semblantes.

Pero ¿cómo concilia usted los proyectos matrimoniales de ese mozo y sus relaciones can Jenny Hawkins? No los concilio; pongo en presencia los hechos para estudiarlos. Unas relaciones con Jenny Hawkins no excluyen un proyecto de boda con Miss Harvey; al contrario. Si la querida ambiciona el dinero, debe animar á Sorege á casarse con una mujer rica.

Todas mis combinaciones caían por tierra ante aquella afirmación de que la cantante era conocida en san Francisco hacía tres años y con el nombre que llevaba actualmente, ¿Cómo podía haber sido Lea Peralli en París y Jenny Hawkins en América, al mismo tiempo? Lea había pasado un año entero ante , hacía dos solamente, en aquel cuarto de la calle Marbeuf donde una mañana se la encontró muerta.

Sus momentos de cólera eran teatrales y no duraban sino el tiempo de producir efecto. Se pasó la mano por la frente, sonrió y dijo: Por lo demás, señores, no se llama Jenny Hawkins, sino Juana Baud. He conocido mucho á su madre... La señora de Campistrón se enfadó y repuso con una acritud que impresionó á su altisonante esposo: ¡Mira!

Desconfío de porque sospecho que contribuíste á perderme y que estás dispuesto á hacerme traición. ¡Yo! exclamó Sorege. ¡Yo! tu amigo de la infancia, que ha llorado tu desgracia como si fuera suya... Y que continúa no haciendo nada para repararla, interrumpió bruscamente Jacobo. ¿Desde cuándo sabes que Jenny Hawkins es la misma mujer que Lea Peralli?

Toda la cuestión consiste en convencerse de que Juana Baud no es Jenny Hawkins, y tengo la prueba en el bolsillo. Esta fotografía con la firma de la discípula de Campistrón, prueba hasta la evidencia la sustitución de personas.

No te guardo rencor, puesto que tuviste interés en obrar de ese modo. ¿Pero me conocía también Jenny Hawkins? ¿Por qué? En el momento en que se cerró la puerta, dijiste en voz baja: "¡Cuidado! ¡Tragomer!..." Sorege frunció imperceptiblemente las cejas. Acaso se sentía algo rudamente apurado y empezaba á ponerse de mal humor. Con cierta sequedad respondió. ¿Oíste? ¡Ladino! Tienes buen oído.

Nada tiene usted que temer de Tragomer aquí, donde es usted conocida de todos sus compañeros, de su director, del público y de los americanos que la aplauden hace dos años. Todos afirmarían, si fuera preciso, que es usted Jenny Hawkins. No hay más que un ser en el mundo que no se dejaría engañar por su metamorfosis y cuya presencia no podría usted afrontar sin peligro. Pero, ése no vendrá.

Doy doblemente las gracias al señor de Tragomer, puesto que me ha hecho el honor de presentarme á usted, miss Harvey, y me ha procurado el placer de oir á la gran artista miss Hawkins. ¿Vive usted en Londres, sir Carlton? preguntó Maud. Hace una semana. Soy un pobre provinciano y llego de un país al que me habían llevado reveses de fortuna.

Obraré con prudencia, esté usted tranquilo. Pero es necesario que trate de ver su juego. ¿Y yo, qué debo hacer? Usted debía tratar de saber quién es Jenny Hawkins, de dónde viene, qué hace. Y acaso fuera también conveniente que hablase con algún magistrado de rango elevado de la posibilidad de un error judicial. ¿Conoce usted al fiscal del Supremo?