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Actualizado: 14 de septiembre de 2024
Para que todas estas coincidencias no le hubiesen advertido desde un principio, para no haber tenido antes un íntimo presentimiento de esa posible paternidad, era necesario haber estado ciego o muy preocupado. Preocupado, efectivamente, estuvo por sus quimeras matrimoniales, por la egoísta infatuación que le había hecho creer en la posibilidad de casarse con la propietaria de Rosalinda.
Caso es éste que ocurre con harta frecuencia. No sostendré yo que moralmente sea muy bonito. Poco airoso es para un hombre valerse de sus títulos nobiliarios y del esplendor con que le rodea la alta sociedad en que vive, para conseguir que una mujer le mantenga. No siempre, sin embargo, tales contratos matrimoniales traen aparejada la desventura.
Mario y Carlota no dejaban de aprovechar los momentos que aquél tenía libres para solazarse, unas veces yendo a paseo, otras al teatro, otras, en fin, comiendo en los restaurants. Era tanto lo que se placía el escultor en estos festines matrimoniales que Carlota consentía en ellos de buen grado, aunque no le gustasen por espíritu de orden y economía.
No pude hacerme a aquella fantástica educación, y llegué al colmo del asombro cuando le oí llamar a su padre: «Mi viejo Teófilo» y a su madre: «La buena Isabel.» Cerré la maleta, y volví a tomar el tren. »He aquí el relato muy abreviado de mis tentativas matrimoniales, la más desagradable de las cuales, fue la de la camarada.
Habló también de su familia, que no era muy numerosa: dos hijas, ya casaderas, Adelaida y Elvira, y un hijo adolescente, Adolfo, que seguía la carrera diplomática, en el cajón mismo en que el Ministro de Estado guardaba sus notas secretas. De su mujer habló poco y como de paso, por lo cual sospechó el Reyecito que habría allí alguna messa allianza, ó quizá disensiones matrimoniales.
En efecto, el paisano Barragán se sintió acometido en el templo por un tropel de ideas metafísicas. Desde niño, en que se fuera a América, no había entrado en una iglesia más que el día en que se casó con la viuda, hacía ya bastantes años. En aquella sazón los afanes matrimoniales no permitieron el paso a los pensamientos ultramundanos que ahora soplaban lúgubremente por su cerebro vacío.
Clementina no quería ir "por no armar un escándalo". Osorio no se consideraba con fuerza moral suficiente, dado el estado de sus relaciones matrimoniales, para reclamar con energía el caudal de su mujer. En tal aprieto hablaron con algunas personas de respeto amigas del duque, y se las enviaron como medianeras.
Aquel «señora nieta» me indicaba que la aurora de mi vigésimasexta primavera iba a conocer la reprimenda de que fueron testigos sus hermanas mayores y que era preciso prestar un oído atento y sumiso a los consejos matrimoniales de la abuela.
Unico resto de una familia antiquísima del país, y poco aficionado a las delicias matrimoniales, había dejado pasar los mejores años de su vida entre los placeres de la caza y las atenciones de su hacienda, que le daba lo necesario para vivir hecho un señor en aquellas soledades.
Por otra parte, León era ciudad que involuntariamente sugería ideas matrimoniales. ¿Qué hacer sino casarse allí donde todo era calma y tedio, donde la soltería inspiraba desconfianza, donde la más insignificante aventurilla provocaba los furiosos ladridos del escándalo? Así es que dijo en voz alta: Es cierto, chico; en León le entran a uno ganas de casarse y de vivir santamente.
Palabra del Dia
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