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Al cruzarle durante el dia, se acuerda involuntariamente el que compara y estudia de esas descripciones que aun nos quedan de las ciudades de la antigüedad oriental, que aunque de otro género, mas elevado, se componian de magnificencias y grandezas. El boulevard es una calle cosmopolita: en él se oyen hablar todas las lenguas, y se ven todos los trajes.

Sin equivocarse, comprendió lo que con exquisita delicadeza Juan había esperado de ella, respetuoso y en silencio. Al pensar en la plenitud de aquel amor que no debía aceptar y que, sin embargo, había involuntariamente suscitado, una sensación de espanto la dominó.

El sarcasmo y la rudeza de las palabras del antiguo marino, involuntariamente me hicieron recordar al célebre personaje de la Agonía, drama en que Larra dice por boca de un viejo contramaestre de los que acompañaron á Colón, «que las tormentas en tierra, son truenos que apenas se oyen y gotas de agua que ensucian». El capitán del Batea era un retrato del viejo lobo de la Niña.

Me dejé caer sobre una silla, la mano derecha sobre la cabeza y fijos los ojos en la iglesia, oía involuntariamente el toque melancólico de la campana, de cuyas vibraciones tanto gustaba, y que, llorando entonces, llevaba mi llanto entre sus sonidos a todas las colinas, penetrando en las cabañas de mis buenos amigos los campesinos.

Sus recuerdos le iban diciendo que los materiales del fuego, al parecer prendido entonces, ardían desde mucho tiempo atrás, y su memoria le revelaba cosas que, regocijándole como hombre, le espantaban como sacerdote. Las reminiscencias le venían, no evocadas por el deseo, sino involuntariamente.

Jamás asomó entre ellos el punzante deseo, la audacia de la carne. Marchaban por el camino casi desierto, en la penumbra del anochecer, y la misma soledad parecía alejar de su pensamiento todo propósito impuro. Una vez que Tonet rozó involuntariamente la cintura de Roseta, ruborizóse como si fuese él la muchacha.

¡De qué peso no libró a mi pecho aquella explicación! Todos estaban emocionados, cohibidos; mi madre, el señor de Montbreuse, Eudoxia misma, guardaban un silencio respetuoso. Tal es el imperio de la bondad y de la inocencia. No había ni una de aquellas almas soberbias que no se humillase involuntariamente ante aquella joven un momento antes despreciada.

Por otra parte, León era ciudad que involuntariamente sugería ideas matrimoniales. ¿Qué hacer sino casarse allí donde todo era calma y tedio, donde la soltería inspiraba desconfianza, donde la más insignificante aventurilla provocaba los furiosos ladridos del escándalo? Así es que dijo en voz alta: Es cierto, chico; en León le entran a uno ganas de casarse y de vivir santamente.

Como yo aun tardaría en llegar, el señor de Seligny no quiso perder ni un momento y partió solo a ver al agonizante que, en efecto, parecía expirar, pero, la exclamación involuntaria del señor de Seligny, espantado, que profirió involuntariamente el nombre de Maugis al reconocerle, pareció despertarle por un instante del sueño de la muerte. «¡Maugis! dijo el infeliz moviendo la cabeza con esfuerzo ; ¡que Dios me perdone!...» «¡Ay!... ¿podrá perdonarle?...»

María Antonia cerró involuntariamente los ojos para no ver aquello; y para no ser vista, se echó muy a la cara el manto y se arrimó a la pared en el lugar del templo que le pareció más sombrío. María Antonia volvió, no obstante, a la iglesia de Capuchinos. No deseaba ya ver a D. Jacinto en compañía de la marquesa. Deseaba verle solo y hablarle.