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Por esto me pareció falso, infundado e injustamente depresivo para el ingenio y la cultura de los españoles, el sostener que las antiguas novelas son superficiales y epidérmicas, y que desde Bourget, Tolstoï y otros franceses y rusos se emplea para escribir novelas un arte nuevo, exquisito y profundo, por cuya virtud se logra que los lectores sientan y piensen mil y mil cosas inauditas, inefables y enteramente escondidas antes en las entrañas, en los abismos, en el centro inexplorado y tenebroso del alma humana.

Yo debo manifestar dijo Ponte con honrada sinceridad , que no hace muchos días, pasando yo por la Plaza del Progreso, la vi sentada al pie de la estatua, en compañía de un mendigo ciego, que por el tipo me pareció... oriundo del Riff».

Dios sabe, si existe, que lo has logrado bien. A pesar de la exquisita dulzura de sus palabras, a pesar de sus caricias, me pareció que una larga y acerada aguja había penetrado en mi corazón, y en medio de mi alegría, pasó por un calofrío de espanto. «¡Dios sabe, si existeNo puedo acostumbrarme a esa forma irónica de la duda, habitual en mi padre.

Pablo, al ver a Carmen, pareció vacilar de emoción, y se aumentó su palidez; pero reponiéndose, dijo todo turbado: ¡Perdonar, señor! ¿y de qué he de perdonar? ¡Al contrario, yo soy quien tiene que pedir perdón de tanto como he ofendido al pueblo...!

Verdad era que no habían quedado en tal cosa; ocho días faltaban para la próxima confesión, ¿por qué había de venir? «Por que , por que él lo necesitaba, porque quería hablarla, decirle que aquello no estaba bien, que él no era un saco para dejarlo arrimado a una pared, que la piedad no era cosa de juego y que los libros edificantes no se tiran con desdén sobre los bancos de la huerta; ni se pierde uno entre los árboles de Frígilis sin más ni más, en compañía de un buen mozo materialista y corrompido». Pero, no, no pareció por la capilla Ana. «Sabe Dios dónde estarían. ¿Qué expedición era aquella?

¡Feli... nena mía; respira... habla! ¡Dios mío! ¿qué es esto? Y la golpeaba las manos, tiraba de sus brazos, la soplaba en la boca como si quisiera devolver aire a sus pulmones. Duró esto menos de un minuto, pero al joven le pareció interminable; sentía una angustia casi igual a la de la enferma. Volvió ésta a respirar, y su inmovilidad se trocó de pronto en una agitación loca.

Era anochecido, pero antes que llegasen les pareció a todos que estaba delante del pueblo un cielo lleno de inumerables y resplandecientes estrellas.

Este último argumento me pareció tan contundente, que dejando mis antiguas preocupaciones contra las cartas, resolví profesar esa nueva religión de ases y damas. Pero yo nunca había tocado una baraja francesa. Detestábalas de todo corazón.

A las tres y media de la tarde siguiente llegaba don Quintín a la casa de la calle de Belén. Dentro de un rato advirtió a la portera , vendrá una señora; no necesita usted preguntarle a qué cuarto sube. Corriente repuso ella, pensando para su capote : «ya pareció el peine

Este nombre pareció despertar un vago recuerdo en la memoria del funcionario. La afirmación de que con sus aventuras se habían escrito libros le hizo interesarse en una rebusca mental. Luego levantó los hombros é hizo un gesto de incredulidad. Su historia continuó la vieja la ha escrito un señor Anatole, que trabaja al otro lado del Sena, en un taller de sabios.