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Actualizado: 8 de julio de 2025
Me escondí la cara entre las manos: la vergüenza se apoderaba de mí tan violentamente, que tuve miedo de la luz que me alumbraba. «¡Dale esas cartas!» me gritó repentinamente una voz, y me lo gritó tan alto y con tanta claridad, que me pareció que era la tempestad la que me había lanzado esas palabras al oído. Entonces tuve que sostener una lucha terrible.
Hubo diferentes pareceres, y últimamente pareció el más acertado, que se acometiese la ciudad de Cristopol, puesta en los confines de Tracia en Macedonia por tener la entrada de las dos provincias fácil, y la retirada segura, y los socorros de mar sin poderselos impedir, como en Galípoli, que ocupado el estrecho con pocos navios de guerra impedian el libre comercio que venia por mar á darles alguna ayuda.
En torno de él, la vegetación silvestre, agrandada por la sombra y el misterio, parecía reír irónicamente de su cólera con grandes murmullos. Al fin, la fresca serenidad de la tierra soñolienta pareció penetrar en él. Acabó encogiéndose de hombros con gesto de desprecio, y llevando el revólver por delante, continuó su camino hasta encerrarse en la torre.
Vi en su casa á Juana Baud que estaba preparada para acompañarme á Londres, y obtuve de ella que fuese á reunirse conmigo el día siguiente en el Havre. Y en seguida me fuí á almorzar con Sorege, el único de mis amigos á quien podía confiar mis desdichas y mi viaje. Su sorpresa pareció muy grande al saber que había yo llegado á tales extremos.
El tiempo que el jardinero empleó en ir á prevenir al criado, pareció á la joven sumamente corto. Y cuando oyó crujir la arena bajo los zuecos del jardinero, pensó: "¿Qué tiene hoy Giraud, que corre tanto?" Aprestó el oído para oir la respuesta, que fué seca y terminante. La señorita está delicada y no recibe. ¡Qué mentira! murmuró Herminia, que sintió de pronto un involuntario descontento. ¡Ah!
No habian trascurrido dos minutos, cuando se dejó ver una criada que nos dijo en buen español: Si ustedes quieren ver la habitacion que está vacante, pueden hacerlo; y en el caso de acomodarles, dispongan de ella, sin perjuicio de que luego se concierten con el ama. Esta proposicion nos agradó en extremo, ansiosos como estábamos de descansar, y la criada nos pareció una mujer de mucho talento.
El día de mi casamiento amaneció radiante; nunca me pareció más azul la bóveda del cielo. Después me han dicho que estaba nublado, pero no lo creo. Una muchedumbre simpática y amiga se apiñaba en la iglesia. Y murmuraba: ¡Qué linda novia! ¡Qué tranquila está! ¡Qué cara de felicidad! La verdad es que yo estaba extraordinariamente tranquila.
Pareció algo contrariada con la respuesta, y añadió: » Es necesario que te persuadas de que todo esto que te digo y lo que aún he de decirte, y los cuidados que me preocupan, no tienen más objeto que tu bien.
»Al cabo de algún tiempo, su melancolía pareció aumentarse; sorprendíale con frecuencia triste y de mal humor, a pesar de que cada momento que transcurría nos acercaba al término de nuestros votos. ¡Dos meses más, y el tiempo de mi luto habría pasado! ¿Qué podría impedir nuestra dicha? ¿Qué nube podría obscurecer ese hermoso día?
Le pareció que el tejedor era muy egoísta, juicio que fácilmente forman aquellos que no han puesto nunca a prueba su fuerza de renunciamiento al oponerse a un acto que, sin duda alguna, debía de hacer la felicidad de Eppie, y sintió que tenía el deber de manifestar su autoridad, por amor a su hija.
Palabra del Dia
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