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Asustábales, principalmente, el dineral que costaría todo aquello, y después el temor de que «por el visual que iba tomando la casona por adentro», se les cerraran la puerta y la cocina, teniéndolos en poco para darles entrada libre como antes.

En el ínterin, pues, que el Padre estaba con todo su espíritu recogido en Dios tratando este negocio, vino del Pilcomayo un cacique con seis vasallos suyos, pidiéndole no difiriese un punto de ir á darles noticia de Dios Nuestro Señor; y luego manifestaron las veras con lo que decían las obras, oyendo con gusto y atención la explicación de la Doctrina Cristiana, y estando siempre obedientes á su voluntad.

Mirábanle todos los que presentes estaban, que eran muchos, y como le veían con media vara de cuello, más que medianamente moreno, los ojos cerrados y las barbas llenas de jabón, fue gran maravilla y mucha discreción poder disimular la risa; las doncellas de la burla tenían los ojos bajos, sin osar mirar a sus señores; a ellos les retozaba la cólera y la risa en el cuerpo, y no sabían a qué acudir: o a castigar el atrevimiento de las muchachas, o darles premio por el gusto que recibían de ver a don Quijote de aquella suerte.

Rubín estaba algo aturdido, como si analizara y descompusiera en su mente las acusaciones de su mujer antes de darles la réplica que merecían.

La arquitectura grandiosa de los invernáculos, y las condiciones que cada uno tiene, según el grupo de plantas que abriga, para darles el grado de luz, calor, libertad, humedad y tierra especial que necesitan, favorecen maravillosamente el crecimiento, la nutrición fecunda, la reproducción y la conservación de todas las especies interesantes.

Yo soy capaz de darles lo que desean, y más aún. ¡Pero que no me lo pidan; que no me lo exijan! Eso es negar mis sagrados derechos de amo... A el dinero me importa poco, y la prueba es que antes que ceder, mejor quiero que se pierda la cosecha de Marchamalo.

Godofredo le contó una historia larguísima de un cuñado comerciante que había dado quiebra a causa de cierta fianza. Quedó en la miseria y con nueve hijos. Su hermana, no teniendo pan que darles, le escribía a menudo pidiéndole dinero.

Y cuantos más esfuerzos hacía para sujetar su imaginación y enderezarla á un resultado práctico, más se turbaba y más se perdía en un piélago de lucubraciones absurdas. Lo único que vió claro fué la imposibilidad de intentar por su cuenta nada con el conde. Era necesario darles aviso á ellos; pero ¿en qué forma y por qué medios? Después de mucho vacilar, se resolvió á ir él mismo á la Segada.

Carmen reflexionó un momento, habló con la madre y respondió, aunque con pesar, al joven, que no podía engañarlo; que no debía tener ninguna esperanza de ser correspondido; que sus parientes lo aborrecían, y que ella no había de querer darles una pesadumbre reteniéndolo, particularmente cuando no tenía confianza en sus promesas de reformarse, porque ya era tarde para pensar en ello.

Llegaron los franceses a la Puerta Nueva, y mientras las autoridades hablaban con ellos para darles entrada, de una casa cercana salieron algunos tiros. Furiosos los enemigos, después de derribar a cañonazos la puerta, desparramáronse por las calles de Córdoba, asesinando a cuantos se encontraban al paso y metiéndose en las casas para coger cuanto había. No puedes figurarte lo que era aquello.