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Tenía la otra, en cambio, negros cabellos cuya doble trenza servía de orla al ovalado rostro; con sus ojos brillantes, sus labios purpurinos y sus vivos y resueltos ademanes, semejaba una de aquellas doncellas doradas por el sol del Mediodía, a las cuales reunía Bocaccio en la villa Palmieri para leerles los alegres cuentos de su Decamerón.

Pero a buen seguro que él te perdonara, porque fue el más humilde y cortés caballero de su tiempo, y, demás, grande amparador de las doncellas; mas, tal te pudiera haber oído que no te fuera bien dello, que no todos son corteses ni bien mirados: algunos hay follones y descomedidos.

Nadie aludió al trascendental acontecimiento, ni se atrevió a decir la menor chanza que pudiese poner colorada a la novia; pero al despedirse los convidados, algunos caballeros recalcaron maliciosamente las buenas noches, mientras matronas y doncellas, besando con estrépito a la desposada, le chillaban al oído: «Adiós, señora.... Ya eres señora, ya no es posible llamarte señorita...», celebrando tan trivial observación con afectadas risas, y mirando a Nucha como para aprendérsela de memoria.

Pero cuando estaba en lo más ardiente de su acusación fiscal, entró la dueña cojitranqueando, y dijo: Todo el mundo al cuarto de la señora. El mundo todo aquel á que se refería la dueña, eran un rodrigón que ya conocemos, dos doncellas, dos escuderos, dos criados y un paje. Todo el mundo entró con cuatro palmos de curiosidad en el aposento de la joven.

Si no hay nada que resista a ese jociquito rubio; y como vucencia siga aquí, nos vamos a quedar sin donceyas. Poenco dijo lord Gray déjame en paz con tus doncellas, y lárgate de aquí, si no quieres que te rompa una botella en la cara. Pues najencia, me voy. No se enfade mi niño. Yo soy hombre discreto.

El arzón trasero de la silla pasó de un salto, y sin espuelas hace correr la hacanea como una cebra. Y no le van en zaga sus doncellas; que todas corren como el viento. Y así era la verdad, porque, en viéndose a caballo Dulcinea, todas picaron tras ella y dispararon a correr, sin volver la cabeza atrás por espacio de más de media legua.

Por aquella puerta, condenada hacía mucho tiempo, y demasiado fuerte y bien cerrada para que pudiese libertarla de tener miedo, no podía llegar nadie como no fuese alguno de su servidumbre íntima, que tuviese interés en decirla algo secretamente, sin pasar por las habitaciones donde dormían la dueña y las doncellas de servicio.

El joven no pudo reprimir un sollozo. Entonces Magdalena le miró con sorpresa. Amaury dijo el doctor vuelve al salón y encárgate de despedir a los invitados. Entre Antoñita y las doncellas desnudarán y acostarán a Magdalena: yo te tendré al corriente de su estado. Si no quieres alejarte de ella haré que te preparen una cama en tu antigua habitación.

Las doncellas moriscas con sus tocas en la cabeza, con sus velos arrojados sobre el hombro, con sus alcandoras pintadas, con sus carcajes de oro al comienzo del borceguí y sus brazaletes de piedras en las manos, ponían el colmo a su aliño con el alheño de los ojos.

Mauregato, usurpador del trono de los Reyes de Asturias, ha celebrado un pacto con los moros, con arreglo al cual ha de entregar anualmente al Califa de Córdoba cien doncellas cristianas de las más hermosas. Este tributo llena de oprobio al país, y muchos vasallos se rebelan abiertamente contra el Rey, distinguiéndose, entre ellos, Nuño Valdés y el joven caballero Iñigo López.