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Marcelo Valdés, el mejor estudiante de la clase, el preferido de monsieur Jaccotot, se puso de pie y dijo, tartamudeando: Yo he sido, monsieur Jaccotot... No creía hacer nada malo... Le pido que me disculpe...

Gonzalo de Ulloa y Sandoval. Manuel de Vargas. Francisco de Victoria. Francisco de Villegas. Melchor de Valdés Valdivieso. Fernando de Vera y Mendoza.

¿Pero qué jerga es esa? ¿Qué demonios tiene eso que ver con lo que te pregunto? Usted no cae en la cuenta contestó el socarrón del abate, porque no sabe que esas dos señoras viven en la misma buhardilla en que hace diez años vivió la hija del herrero, Josefita Pandero, de quien anduvo tan enamorado el conde de Valdés de la Plata: es decir, en el número 6 de la calle de Belén.

Y cuentan que en las horas que mediaban de clase a clase, se reunía un grupo de estudiantes para hablar de política: y que era siempre Martí, el que más hablaba y con más entusiasmo, de los problemas de la patria, y que daba gusto oír de sus labios infantiles, sentencias y frases hermosas, como de adulto hecho ya a manejar los tiempos y a crearlos: como de hombre hecho a clamar, a desatar batallas y a desplegar victorias.... En esa misma época, y como Domingo Dulce, Capitán General de la Isla, decretara la libertad de imprenta, comenzó Martí a publicar en compañía de Valdés Domínguez un periódico titulado El Diablo Cojuelo, al mismo tiempo que dirigía La Patria Libre, siendo este último el periódico donde publicó por vez primera su poema «Abdala», canto brioso y fulgurante de levantado espíritu patriótico.

Con amarguísima dulzura, preguntó entonces a su discípulo favorito, tuteándolo por vez primera: ¿Es posible que hayas escrito esto?... Marcelo Valdés tenía tanto corazón como inteligencia, y amaba a aquel buen viejo, que tan duramente ganaba su pan cotidiano.

Por eso y por otros rasgos más, fue a sus pocos años, y en plena Corte de España, como el verbo y el alma de su pueblo atormentado y miserable.... Debido a que Fermín Valdés Domínguez enfermó gravemente y los médicos le recomendaron que cambiara de aires, pasaron Martí y él a Zaragoza en donde apenas llegados, se ganaron el afecto y la estimación de los hijos de aquel noble pedazo de España.

En varias ocasiones evitó descomunales bochinches, haciendo notar a sus compañeros que iban a perder con un cambio de profesor de francés... Por eso le repuso, siempre rojo y tartamudeando: Yo no he tenido intención ninguna... Escribí por escribir... Le pido perdón, ¡todos le pedimos perdón, monsieur Jaccotot!... Y Marcelo Valdés decía la verdad al disculparse.

Marcelo Valdés, dejándose llevar por su brillante imaginación de novelista, había zurcido y fraguado luego toda su «novela de malas costumbres», alrededor de las tres personalidades de monsieur Jaccotot, su mujer y su hija. La trilogía era completa: Monsieur, Madame et Bébé! Con verdadero ingenio, su ensayo no carecía de gracia y humorismo.

Acusados por unos voluntarios, Eusebio Valdés Domínguez, hermano de Fermín, Manuel Sellén y Atanasio Fortier, del enorme delito de haberse burlado de ellos al pasar de regreso de una gran parada, por la casa de la familia de Valdés Domínguez, vinieron, ya entrada la noche, a prenderlos.

Viviendo así se lo encontró, cuando fue deportado a España por los sucesos del 27 de noviembre de 1871, Fermín Valdés Domínguez, su amigo, o más bien, su hermano. Y como Valdés Domínguez llevaba en la bolsa, oro bastante, se instalaron juntos en amplias habitaciones, bien situadas. Y Martí comenzó una nueva existencia.