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Aparte de este y otros lapsus, la intriga del casamiento del «viejo» Jaccotot y su «joven» esposa no estaba mal presentada... Lo malo es que esta joven esposa, que no gustaba de su civil marido, gustaba en cambio apasionadamente de los uniformes militares... Había una guarnición en la ciudad, y madame Jaccotot, nueva mesalina, tuvo sus amoríos con todos los oficiales del regimiento de la guarnición, y luego, con una buena mitad de las «clases», cabos y sargentos... ¡Los oficiales eran 72 y las «clases» 205!

Madame Neker, cuyo ingenio lució tanto en los salones de Versalles, en los momentos precursores de la Revolución, cuando todas las pasiones estaban a punto de estallar, solía decir a sus amigas que las palabras ofenden más que las acciones, el tono más que las palabras y el aire más que el tono. La esposa del famoso hacendista hubiera podido dictar una cátedra de psicología conyugal.

Me he vestido de negro: parece que así me encuentro mejor y, sin embargo, no creo que pueda resistir muchos días esta excitación de espíritu. He leído un libro de madame de Genlis y me ha causado su lectura una impresión de alegría y satisfacción como jamás hubiera creído. Hay en este libro muchos y buenos consejos que aprovecharé para mis hijos.

Con persistente disimulo, con firme y enérgica voluntad, con raras precauciones e incesante recato, sin dejarme ver de nadie y fingiéndome enferma, dejé pasar los meses. Llegó la hora y sólo Madame Duval, mi mucamba y el médico, de quienes tuve que valerme y me valí, exigiendo el mayor sigilo, supieron que fui madre.

Así fue; le dio tan fuerte y repentino calambre en la pierna derecha al pobre vizconde, que tuvo que saltar del cuadro... Y con tanta torpeza lo hizo, que con todo su peso le pisó un pie a doña Brianda... ¡Grosero! exclamó ésta, sin poder contener su dolor. Para tranquilizarla, dobló Guy la rodilla en tierra y le suplicó: «Pardón, madame

Madame Duval y la mucamba estaban en la alcoba de la muerta, y ésta yacía tendida en la cama, pálida, inmóvil y hermosa. La última sonrisa plegaba aún suavemente sus labios. Sus ojos estaban cerrados, como si los tuviese así para ver interiormente con el espíritu prodigios y visiones de más altas esferas. Aquella extraña mujer había premeditado el suicidio desde mucho tiempo antes.

El amo de una rotiserie, de una taberna, de una lechería, de un pequeño almacen, podrá no ser acaso un monsieur: el ama es todo una madame ó señora.

Con razón decía madame Delepinasse que la mujer se desesperaría si la Naturaleza la hubiera hecho tal como la arregla la moda. Seguramente renunciaríamos al don de la vida si hubiéramos de nacer con miriñaque, polisón o faldas trabadas.

¡Oh!... ¿Mi genio? exclamó la otra muy sorprendida. , su genio he dicho... Ya sabe usted que esas cosas no pueden ocultarse... Su paisana, madame Staël, lo dijo: donde hay genio, brilla. ¡Oh!... El marqués de Sabadell prosiguió Currita, dejando caer lentamente las palabras me enseñó aquel ramito de camelias que... le envió usted hace tiempo... ¡Es un quadretto delicioso!

Los establecimientos literarios en Viena, como en toda Alemania, llaman poderosamente la atencion. Esta parte de la Europa, que la elegante Madame de Staël ha llamado la patria del pensamiento, y que es en verdad el oriente de donde nos viene la luz en materia de adelantos científicos, consagra un cariñoso cuidado á reunir libros y monumentos literarios.