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Y con gran calma iba repartiendo las manos de periódicos, exigiendo a cada uno el producto de la venta del día antes, llevando de memoria las intrincadas partidas de su contabilidad, apreciando al tanteo la exactitud de las cantidades en calderilla, sonando las pesetas contra el asfalto con tal ímpetu, que volvían de un rebote a sus manos como si fuesen pelotas.

El cura encontró luego la carta, y entonces, exigiendo también del cura que no hablase de aquella carta con nadie, considerándola como secreto de confesión, el Marqués le recomendó que la custodiase y no la entregase sino a D. Acisclo, el cual no había de pedírsela hasta que viniese a Villafría un señor llamado D. Gregorio Salinas, o hasta que pasasen dos meses de la muerte de una señora que vivía en Madrid, llamada la Condesa de Fajalauza.

Ahora bien; estas modificaciones se reducen á figura y movimiento; todo lo que sea apartarse de estas dos intuiciones, exigiendo una explicacion con determinaciones características, es pedir al hombre una cosa á que no llegan sus fuerzas.

Las palmas de Tayabas miden una gran altura, y como el paso de copa á copa solo se hace con la ayuda de dos cañas, de aquí el que algunas veces se escurra y caiga el operario. Estas circunstancias las aprovechan los que á tales trabajos se dedican, exigiendo crecidos jornales, y sobre todo el utang, ó sea el adelanto.

Esta devoción raya en fanatismo, y está exigiendo á gritos un templo que vamos á proporcionarle nosotros, sin miedo de que nos falte nunca el concurso de los fieles para sostener el culto.» Y alguno de aquellos hombres, con un desprendimiento digno de su carácter, anticipó una cantidad efectiva, en la cual los duros entraban por miles.

Robledo sacó su revólver, y espoleando á su caballo se fué metiendo entre los contendientes, apuntando á unos y á otros, al mismo tiempo que gritaba, exigiendo orden. Ayudado por los vecinos que iban llegando, muchos de ellos con rifles, pudo restablecer una paz momentánea.

Para ello, exigiendo primero a Morsamor, que no había de chistar, ni alborotar, ni moverse, viera lo que viera, le condujo a un obscurísimo sótano y le sentó en una silla, donde había de quedar, y quedó como clavado. De repente brotó un punto luminoso en el seno de las tinieblas. El punto se desenvolvió luego en multitud de rayos que trazaron un círculo lleno de claridad.

Allí creía estar mejor guardado de las fieras sueltas, que iban exigiendo que las enseñasen las manos. Al poco rato pareciole que la ciudad despertaba. Sonó a lo lejos un estruendo que hacía temblar el suelo, y poco después pasó al trote un escuadrón de lanceros por la calle Larga. Luego, al extremo de ésta, brillaron las hileras de bayonetas y avanzó la infantería con rítmico paso.

El pobre viejo se sentía solo en aquella casa. Teresa no le comprendía; Andresito, entusiasmado por la fortuna del papá, tenía sus ambiciones; mostrábase meticuloso y exigiendo en materias de vestir, y hablaba de la posibilidad de poseer una yegua alazana y pasear por la Alameda, siguiendo el carruaje de su novia, para lo cual se estaba preparando todas las tardes en el picadero.

Las mujeres que hacían la limpieza por las mañanas le obligaban á refugiarse en el despacho con sus terrestres escobazos. No le era permitido formular observaciones, no podía extender un brazo galoneado, lo mismo que cuando reñía á la grumetería descalza y despechugada, exigiendo que la cubierta quedase limpia como un salón. Se sentía empequeñecido, exonerado.